La apatía es para muchos un sinónimo de depresión, y aunque son sentimientos o cuadros sensitivos parecidos, es importante destacar que no son lo mismo. El hecho es que diferenciarlas tal vez sea algo confuso. Para lograrlo, podríamos decir que la apatía se basa en las alteraciones de la motivación.

Por otra parte, la depresión va dirigida hacia las emociones. Y, aunque ambas suelen venir acompañadas, hay ocasiones en las que se manifiesta una sin la presencia de la otra. Además de confundirse con la depresión, también es mal empleada como sinónimo de indiferencia, falta de atención y hasta de somnolencia.

Los estados de apatía no tiene por qué ser necesariamente negativos. Debemos verlos como momentos para poder trabajar y equilibrar nuestro mundo emocional y conocernos mejor.

De manera científica, la apatía se define como un síndrome “neuroconductual”, que quiere decir que va ligada al cerebro y su manera de afectar comportamientos o conductas. La apatía es reconocida por la ausencia de voluntad e interés. Y de manera frecuente, también radica con la ausencia de emociones. Todo esto va referido a las actividades diarias que puede realizar una persona o a cualquier circunstancia que la rodea. Cuando una persona presenta apatía, puede estar atento, despierto y hasta contento. Lo que sí sucede es que tiene una notable falta de interés a la hora de realizar ciertas o quizás todo tipo de actividades.

Si entendemos bien su definición nos daremos cuenta de que no se trata de una enfermedad ni mucho menos de un cuadro de incapacidad. De hecho, puede considerarse simplemente como un estado temporal, que puede ser voluntario o no. Sin embargo, en vista de que vivimos en una sociedad que no se detiene y que valora de manera significativa los hechos y las acciones, no es de extrañar que la apatía se vea como algo negativo. Pero, NO lo es. No es un estado negativo y mucho menos cuando este es voluntario y selectivo.

Esta afirmación la podemos apreciar con algunas doctrinas como, por ejemplo, el budismo. Si prestamos atención, el budismo es una especie de apatía dirigida. Esta disciplina o religión busca apaciguar las reacciones, pasiones y emociones excesivas. Todo esto con la finalidad de encontrar la plenitud interna y externa.

Muchas veces la apatía puede estar relacionada con enfermedades psicológicas, recalcando que no es una de ellas. Sea voluntaria o esté precedida por alguna enfermedad, el resultado es el mismo: la poca iniciativa a la hora de realizar actividades y la disminución de sentimientos y emociones. Lo que vale la pena detallar es que estando en presencia de un cuadro de apatía, también nos encontramos en un estado mental apaciguado. Este nos puede permitir un mejor reconocimiento de nuestros pensamientos, emociones, sensaciones y sentimientos.

Debemos considerar que hay cuadros de apatía involuntarios y prolongados (estados crónicos) que requieren de la consulta con especialistas. Para identificar estos casos basta con analizar el hecho de si podemos o no, de manera poco insistente, alejarnos de la apatía. En caso de que estos intentos no resulten, recomendamos la visita a un especialista.

Ciertos beneficios que tiene la apatía

Nos ayuda a conseguir el equilibrio emocional : en un estado de apatía tenemos la posibilidad de reconocer y evaluar de manera más efectiva nuestras emociones y sentimientos. De manera que, cuando logramos entender lo que sentimos y el cómo y por qué reaccionamos, es posible encontrar nuestro equilibrio emocional.

Nos da más tiempo a decidir: Sin actuar, tenemos más tiempo para decidir. Esto se trata de una oportunidad que nos podemos dar a nosotros mismos cuando no actuamos ni reaccionamos. Lo cual puede contribuir a que tengamos aún más tiempo para evaluar situaciones y, por ende, tomar mejores decisiones.

Entramos en la conciencia emocional: Muchas veces la apatía viene ligada con la depresión. Ante ambos cuadros solemos reaccionar de manera defensiva. Pretendemos salir de ellos rápidamente para volver a ser personas “activas” y “positivas”. Ante esta situación, es recomendable que nos tomemos el tiempo necesario para “escuchar a nuestra apatía”. Si lo hacemos, podemos entrar en un estado de conciencia emocional que nos permita identificar las razones de nuestras tristezas o nuestras pérdidas de motivación, y así poder trabajar en una evolución emocional.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *