Olvidar permite aprender
Tradicionalmente se ha pensado que el olvido es el polo opuesto al aprendizaje. Sin embargo, cada día existen más evidencias de que los dos forman parte de un mismo proceso, que van unidos. En buena medida, nuestra experiencia es el producto de lo que hemos dejado ir. Por otro lado, sin el olvido y la liberación de recursos que supone este fenómeno nos constaría mucho distinguir información relevante de la que no lo es, resolver problemas o, simplemente, recordar.
Olvidar permite conservar información útil y dejar paso a aprendizajes más relevantes.
Para vivir de forma adaptada estamos constantemente aprendiendo del entorno y a través de la experiencia: qué camino es mejor, cómo huele el azahar o si hay que echar sal o azúcar a la comida. En estas situaciones, la opción elegida prevalece debido a que descartamos y olvidamos las demás. Por norma, la ausencia de procesamiento de un determinado contenido no significa que haya habido un error a la hora de almacenar. Sino que el cerebro está dejando paso a otra información más relevante.
Al igual que el aprendizaje, el cual consiste en un proceso neurobiológico por el que se establecen conexiones entre redes neuronales, el olvido no es un mecanismo pasivo. No se trata del simple desvanecimiento por falta de uso de las conexiones que se hicieron en algún momento. Más bien funciona como un filtro: la mente descarta aquello que no es saliente o que no utilizamos con frecuencia. Así, por ejemplo, somos mejores recordando información que fuentes de información.
De esta manera, desechando el conocimiento no útil, aligeramos nuestra carga cognitiva. Gracias a que olvidamos podemos procesar nueva información de forma rápida y eficaz. No obstante, hay veces en las que este sistema falla en su proceso de descarte de recuerdos y no podemos acceder a un recuerdo que nos hace falta o bien no podemos quitarnos una canción de la cabeza.
El olvido, entonces, consiste también en un proceso neurobiológico complementario al del aprendizaje, de ahí que no podamos aprender sin olvidar. Este proceso químico, llamado depresión a largo plazo (DLP) tiene lugar además en las mismas regiones e implican a las mismas proteínas y receptores.
Este mecanismo celular es el encargado de hacernos olvidar. Como se indicaba anteriormente, tiene lugar en las neuronas del hipocampo y otras regiones, como la amígdala, las cuales intervienen en el almacenamiento de la información nueva. En ese caso, el mecanismo sería la potenciación a largo plazo (PLP), la cual se encarga de transferir datos desde la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo.
Así, la PLP produce cambios físicos en las neuronas. Cuando memorizamos algo, una primera neurona se activa y libera neurotransmisores (glutamato) en la hendidura que le separa de otra. Este glutamato activa los receptores AMPA y, debido a ello, el sodio entra en la célula provocando que la carga eléctrica cambie por completo y se genere lo que se llama un potencial de acción.
Entonces, el magnesio sale de unos receptores cercanos (NMDA) mientras que llega otro potencial de acción y se repite todo el proceso. De esa forma, entra una gran cantidad de calcio y que se inserten más receptores. Por lo tanto, con el tiempo, la intensidad de estas sinapsis se hace más fuerte y se produce el aprendizaje.
En la depresión a largo plazo, las fibras del hipocampo reciben estimulación muy baja, pero durante un largo período o bien reciben estímulos diferidos. Esto provoca que fluyan pocos neurotransmisores y llegue menos calcio a la segunda neurona, por lo tanto, se reduce la cantidad de receptores y el tamaño de la célula. Así, cada vez es menos probable que estas dos neuronas reciban estimulación al mismo tiempo.
En resumen, para recordar se necesitan altas cantidades de calcio que provoque la conexión entre neuronas. Mientras que el olvido necesita la reducción de ambas y, con ello, el debilitamiento de la sinapsis.
Si de algo se tiene la certeza sobre el cerebro hoy día es que éste es plástico desde que nacemos. Por ejemplo, cuando un niño comienza a hablar, su cerebro pone en marcha muchos recursos (y conexiones) para ello, pero se irá optimizando y reduciendo la cantidad de sinapsis necesarias. Incluso dejamos de percibir fonemas que podrían haber sido útiles siendo menores. En este sentido, se sabe que, para almacenar información, esta en numerosas ocasiones se escribe sobre otra. Así como que las neuronas cambian funcional y estructuralmente. Si no, acumularíamos una gran cantidad de información inútil que dificultaría el acceso a otra.
No obstante, los científicos aún no tienen realmente claro si el olvido consiste en un borrado definitivo de la información o si solo se dificulta el acceder a esos recuerdos. Como se decía antes, la DLP consiste en un debilitamiento de la comunicación entre neuronas. Por lo tanto, si extinguimos un aprendizaje, el cerebro podría sustituir esa asociación por una nueva. No obstante, también podría ser que quedara algún resquicio de esa conexión, de forma estructural o funcional. De tal forma, nunca olvidaríamos.
No poder aprender sin olvidar plantea cuestiones que, además de interesantes, pueden resultar relevantes para determinadas patologías. Por ejemplo, en el caso del trastorno por estrés postraumático, sucede que el recuerdo es tan fuerte, que no se va modificando u olvidando con el tiempo, como suele suceder. Además, las conexiones de ese recuerdo están tan arraigadas, que cualquier pequeño estímulo puede activar la memoria de forma muy rápida.
En esta línea, los investigadores ya conociendo el mecanismo de olvido, estudian la posibilidad de diseñar intervenciones para facilitar el olvido de determinados sucesos. Como si de la película Olvídate de mí se tratara, los investigadores han probado en animales la eficacia de aplicar una serie de proteínas relacionadas con el recuerdo en el cerebro. Sin embargo, esto no es viable en humanos, por lo que estudian en qué momento una intervención psicológica sería más eficaz. Asimismo, la utilidad de construir nuevas percepciones sobre recuerdos cada vez que se recuperan. Es decir, aprendizaje sin olvido, sólo haciendo uso de mecanismos naturales de la propia memoria.