¿Los narcisistas nacen o se hacen? Esta es una pregunta que muchos nos hacemos a menudo dado el impacto que tienen en nuestra sociedad. Aun así, desde el campo de la psicología sabemos que el trastorno de la personalidad narcisista afecta únicamente a 1 % de la población; sin embargo, hay subtipos y diferentes tipologías que definirían ya un número más grande de hombres y mujeres.l

La ciencia parece tenerlo claro: se hacen. Desde hace décadas, se sospecha que la educación de los niños y el contexto social media en la aparición de este perfil. No obstante, con el paso del tiempo parece que vamos comprendiendo un poco mejor qué dinámicas, situaciones y circunstancias lo delimitan.

Aires de superioridad, manipulación, baja empatía, comportamientos soberbios, necesidad de admiración… La mayoría conocemos de primera mano esa constelación de características que esculpen dicho perfil. Directivos, compañeros de trabajo, amigos e incluso parejas… Convivir con un narcisista puede ser muy lesivo y sobrevivir a ellos, implica a menudo tener que sanar múltiples heridas.

Hay narcisistas más y menos lesivos, siendo los narcisistas prosociales los que más se adaptan. En cambio, los antisociales serían aquellos que muestran mayor arrogancia, agresividad, suponiendo un riesgo social para los demás.

Este tipo de conducta podría aumentar en nuestra sociedad con el paso del tiempo. Para empezar, a lo largo del siglo XX se concebía la idea de que un estilo parental deficitario, sin cercanía, sin apego y seguridad, abocaba al niño a desarrollar sentimientos narcisistas. Fue el psicoanálisis quien, de algún modo, nos hizo creer que quien no recibió amor en la niñez, busca en la edad adulta el refuerzo ajeno y focalizar todas las miradas, afectos y admiración en su propia persona.

El doctor Eddie Brummelmah y su equipo de la Universidad de Utrecht, realizaron una interesante investigación en la que demostraron algo muy diferente. No es la falta de afecto parental lo que genera un comportamiento narcisista, es todo lo contrario. La sobreprotección, el consentimiento excesivo y la falta de límites le hace creer al niño que está por encima de cualquiera. Este tipo de educación los sitúa en un pedestal donde asumir que son seres con derechos exclusivos, criaturas privilegiadas. Es más, en esta investigación se pudo ver que es sobre los 7 y los 12 años, cuando ya se puede medir y observar la conducta narcisista en un niño. Es en ese instante cuando emerge el sentido del yo y la percepción de concebirse como chicos y chicas especiales, como personas que merecen más que el resto.

La mayoría de la sociedad piensa que los narcisistas son un producto del entorno. En este sentido, a menudo se genera cierta polémica poner toda la responsabilidad sobre el hombro de los padres y las madres.

¿Hay algún problema por hacerles ver a nuestros niños que son amados, que son especiales y que merecen lo mejor? La respuesta es no. De hecho, educar a nuestros hijos mediante el afecto, el refuerzo constante y las mejores atenciones revierte en su bienestar. El problema está en la sobrevaloración. En hacerle creer al niño que es mejor que los demás y que merece más que nadie. Por otro lado, puede darse otro factor, y es que los propios padres también pueden presentar conductas narcisistas. Los niños acabarán imitando esos mismos patrones, internándolos y haciéndolos suyos para bien o para mal.

Algo que conviene entender en primer lugar es que el narcisismo entra dentro de un espectro. Habrá quien presente solo algunos rasgos narcisistas y otros que formen parte de ese 1% que define al trastorno narcisista de la personalidad. Es importante entender que no solo la familia influye; la sociedad también educa y nos moldea. Es más, en los últimos años estamos siendo testigos de un mayor culto al «yo», a la búsqueda constante del like para reforzar el ego y la autoestima. Muchas de estas esferas son campos de cultivo para crear neonarcistas con una frecuencia alarmante.

Hay que tener algo en claro: los narcisistas no son personas felices. No solo generan sufrimiento a otros, ellos mismos son unos eternos insatisfechos, personas que se golpean una y otra vez contra su propia frustración. Es así como, debemos procurar educar de manera correcta a las nuevas generaciones; la empatía, el respeto y el altruismo serán siempre buenas dimensiones por las que empezar.

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