La motivación es algo más que el deseo de alcanzar algo. Motivación es voluntad, es persistencia, es crear nuevos hábitos y recordarnos cada día los motivos que orientan nuestro esfuerzo, las razones por las que invertimos nuestro tiempo. Motivar no es decirle a alguien «vos podés», «esforzáte que vas a llegar». Si asumimos este enfoque y lo aplicamos para despertar las fortalezas en otros, erraremos en nuestro propósito. Porque motivar es dar motivos, es recordarle a alguien la razón de por qué se esfuerza, es clarificarle los propósitos y las metas para que los alcance.

En los últimos años estamos viendo un ligero cambio en materia de motivación. Si bien es cierto que no dejan de crecer esos coach que prometen habilitarnos en el éxito, conducirnos hacia el bienestar y capacitarnos en cualquier área de la vida, desde el campo de la psicología más rigurosa vemos esta área desde otra perspectiva un poco más cauta, quizás más real. Por lo tanto, debemos tener claro un aspecto: motivación no es solo deseo. Una persona puede albergar un deseo muy intenso, pero no estar haciendo nada para materializarlo. Porque el deseo es una emoción y la emoción no siempre impulsa un comportamiento. Falta algo más, y ese «componente mágico» es dar motivos a la persona y enseñarle hábitos.

Sentirse motivado no es algo particularmente fácil. Es más, muchas veces, hacemos uso de las palabras sin trascender en ellas, nos aferramos a una serie de etiquetas más por moda que por utilidad real. Así, es muy común escuchar a amigos a familiares decir aquello de «estoy motivado para dejar de fumar». Sin embargo, al poco, los vemos desvinculados de sus motivos y experimentando a su vez cierta frustración con ellos mismos. Ahora bien, es cierto que en algunas personas sí funciona ese tipo de motivación centrada de manera exclusiva en la emoción. Decirle a alguien que es capaz de lograr lo que quiera, que está capacitado y que si se esfuerza puede tocar las estrellas, es útil solo en ciertos tipos de personalidad. Sin embargo, el área de la motivación requiere de unas tesituras altamente complejas, ahí donde entran factores biológicos, neuronales, emocionales, cognitivos y comportamentales.

Quiero dominar bien el inglés. Quiero sacar el registro para conducir. Me gustaría terminar de una vez mi carrera universitaria. Todas estas expresiones en realidad son meros deseos y no denotan ni mucho menos a una persona 100% motivada. Tal y como señalábamos al inicio, un deseo no siempre se traduce en un comportamiento acertado para alcanzar un logro. Entonces… ¿qué nos falta? Nos falta la mitad del camino.

Es importante tener en cuenta los componentes de la motivación:

  • Activación (deseo e implicación).
  • Persistencia (el esfuerzo persistente por alcanzar esas metas).
  • Intensidad (grado de concentración invertida, tiempo, esfuerzos, etc).

Como vemos, no basta solo con desear, hay que hacer. Por otro lado, la conducta motivada requiere tener claro lo que queremos (de este modo, se libera dopamina, el neurotransmisor relacionado con la activación, la motivación, la felicidad). Asimismo, se necesita de otro elemento: capacidad de aprendizaje. ¿La razón? Para lograr algo estamos obligados a innovar, a aprender, y lo que es más importante, cambiar de hábitos.

La conducta motivada efectiva, la que se mantiene en el tiempo y logra frutos, no parte como vemos solo del mero deseo. Al fin y al cabo, toda meta requiere esfuerzos; de ahí que sea necesario interiorizar algunas ideas prácticas para nuestro día a día. Motivar es dar motivos y recordarle a la persona por qué debe esforzarse, qué ocurrirá cuando logre lo que desea y cómo mejorará su vida cuando eso suceda. Por otro lado, es imprescindible darle pautas a la persona sobre cómo puede hacerlo. Por ejemplo, si estamos ante una persona que necesita adelgazar, no servirá de mucho hacer que se repita a sí misma lo de «tengo que perder peso, tengo que perder peso». Lo ideal es enseñarle a cambiar hábitos (elegir bien los alimentos que compra, cuidar las cantidades en el plato, cumplir las rutinas de ejercicio, etc).

Para concluir, más que pensar en sentirnos motivados, lo más acertado es empezar a pensar objetivos: hacer planes concretos, con submetas, es el primer paso para que el deseo deje de ser asintótico a la realidad. Más tarde, esos objetivos deben convertirse en objetivos prácticos y realistas, en nuevos hábitos e ideas creativas que nos permitan ir progresando cada día. Tengamos en cuanta que la emoción sin acción se queda en nada; en un mero deseo que desaparece por completo.

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