Tarde o temprano nos damos cuenta de que la verdadera inteligencia consiste en saber adaptarse a los cambios con la cabeza bien alta y la mirada despierta. Al fin y al cabo, nada de lo que llega se queda, y nada de lo que se va se pierde del todo. Resistirse a ellos es lo que duele, asumirlos es entender que sin cambios no se puede avanzar.

Los cambios requieren voluntad e inspiración, pero también mantener siempre el norte en nuestras brújulas vitales para no desviarnos, para mantener siempre un rumbo seguro, plácido y satisfactorio en cada uno de nuestros cambios.

Hay un dato que no deja de ser curioso al respecto de los cambios: nuestra especie ha llegado hasta donde se encuentra gracias a ellos, y al progreso evolutivo que esas pequeñas innovaciones nos han ofrecido. Sin embargo, el cerebro prefiere la permanencia, la estabilidad y esa zona de confort donde no hay peligros y donde nuestra supervivencia queda salvaguardada. Ahora bien, en esa zona de calma y seguridad donde nada nuevo acontece, surge irremediablemente la insatisfacción y el fastidio.

Ya lo dijo el propio Charles Darwin : el que sobrevive en este mundo complejo y a veces amenazante no es el más fuerte ni tampoco el más inteligente, sino el que mejor se adapta a los cambios. Sin embargo, nadie nos ha enseñado cómo se hace eso, no nos han educado para ser valientes cuando alguien nos deja, no tenemos un manual sobre cómo asumir el paso del tiempo, ni nos han dicho qué habilidades necesitamos para dar ese giro de sentido que a veces, necesita nuestra existencia para ser un poco más felices.

En ocasiones, no hay más remedio que dar media vuelta y enfrentarse a lo desconocido, a ese «algo» que hemos esperando durante tanto tiempo mientras manteníamos una vida equivocada.

Los cambios en la mujer

Cuando hablamos de cambios en la mujer pensamos casi al instante en ese avance de la niñez a la juventud o de la juventud a la madurez, donde la revolución hormonal nos adentra en universo un complejo de ciclos, de fases y etapas donde afrontar nuevos retos, nuevos aprendizajes.

Ahora bien, dejemos a un lado estas dimensiones físicas u hormonales para adentrarnos en lo que de verdad importa: los cambios emocionales y el desarrollo de nuevas actitudes. Existe la sensación de no saber lo que se está esperando, una sensación común y persistente durante una buena etapa de nuestras vidas, hasta que de pronto elegimos dejar de esperar para actuar. Puede resultar curioso, pero ese «salto» en el crecimiento personal de la mujer y la búsqueda real de un cambio, no acontece a los 40, se inicia en esta etapa… pero culmina en los 50.

Las «cincuentañeras» están derrumbando mitos en la sociedad actual. Son mujeres que han afrontado dificultades y que inician otra etapa donde alcanzar una nueva plenitud vital. Lo hacen gracias a la consecución de objetivos renovados, a una mayor seguridad personal y al convencimiento de que ni un divorcio es el fin del mundo, ni el nido vacío motivo de depresión. Los cambios son nuevas oportunidades que afrontar sin miedo, rutas inexploradas para seguir navegando al son de la propia vida.

No todos los cambios son traumáticos ni suponen tampoco el fin de una etapa. La mayoría de ellos son una simple continuidad, un avance que está en perfecta armonía con nuestro proceso de crecimiento personal. Sin embargo, y aquí llega el aspecto conflictivo, no todos estamos dispuestos a ver esa necesidad por avanzar, por dar ese paso valiente que nos coloque más allá de las alambradas de nuestra zona de confort.

Al momento de iniciar un cambio, nuestro cerebro pone en marcha 3 tipos de emociones muy concretas que es necesario desmenuzar, entender pero no evitar. Hay que vivirlas para canalizarlas y facilitar así el avance.

  • La ira

Permitirnos sentir una emoción fuerte de vez en cuando no es negativo. La ira, por ejemplo, puede actuar como una gran motivadora porque nos revela el malestar actual con toda su crudeza.Asimismo, la rabia o la ira pueden darnos cierta sensación de control a la hora de motivarnos para tomar riesgos e iniciar cambios.

  • La pasión

Puede resultar algo contradictorio pensar que después de la ira pueda aflorar la pasión. Sin embargo, lo entenderemos al instante al tener en cuenta estos detalles: La ira nos ha convencido de que necesitamos un cambio y, esa «rabia» nos empuja a luchar por lo que deseamos, y a su vez, ese objetivo puesto sobre nuestro horizonte es lo que nos inspira cada día, lo que nos infunde pasión, anhelo, deseo.

  • La Humildad

Cuando hemos puesto en marcha la maquinaria del cambio y la alimentamos con pasión e ilusión, no debemos caer en el falso orgullo, en ese espejo donde reflejarnos cada día para decirnos a nosotros mismos que todo va a salir estupendamente. El éxito no siempre está asegurado, por elso, nada mejor que mantener una mente templada y humilde que ve la realidad de las cosas en cada momento.

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