Para practicar la sinceridad con los demás es necesario hacerlo antes con nosotros mismos. Tener claro lo que queremos y lo que no nos ahorrará tiempo, evitando caer en situaciones de elevado desgaste y coste emocional. Así, la honestidad debería ser una forma de vida.

El buen uso de la honestidad y de la integridad con uno mismo donde dejar claro lo que permitimos y lo que no, lo que es correcto y lo que no, facilita esa convivencia sin situaciones incómodas y nada beneficiosas. Sin embargo, lejos de lo que nos pueda parecer, no resulta tan sencillo hacer uso de la sinceridad. A la mayoría nos han educado para ser correctos en cada circunstancia, para mantener ese cuidado respeto hacia los demás donde, a menudo, hacemos de las pequeñas mentiras nuestras balsas de supervivencia por miedo a ser rechazados o señalados. Mantenemos amistades que ya han caducado emocionalmente hace años por temor a hacer daño a la otra persona. Apoyamos a nuestra pareja en determinadas decisiones aún sabiendo que no son las acertadas, y lo hacemos por no apagar las ilusiones de alguien a quien queremos. Son múltiples las situaciones que se dan a diario donde aplicamos la media mentira o esa media honestidad que, aún teniendo buenos propósitos, puede traer a la larga situaciones nada beneficiosas. Ser sinceros (pero sin aplicar el sincericidio) debería ser ese engranaje recurrente en nuestro propio ser donde construir una realidad más saludable para todos.

Nada puede tener tanta armonía como practicar esa comunicación transparente donde dejar caer corazas, falsedades, miedos y condescendencias. Abundan los que van el por el mundo desalienados. Los que piensan una cosa y dicen otra, los que sienten una realidad concreta y acaban comportándose de manera contraria. Vivir desafinados en cuanto a pensamientos, deseos, acciones y comunicación genera un gran malestar y puede conducirnos a la larga hacia situaciones de elevada infelicidad. La honestidad debería ser una norma en nuestra sociedad. Hacer uso de la sinceridad nos ahorra costes de todos los tipos: emocionales, relacionales, laborales, etc. Es un principio de bienestar para nosotros mismos y los demás.

¿Cómo aplicarla? Estas serían algunas claves:

Ser sinceros con nosotros mismos: Hay voces internas que refuerzan nuestros miedos. Existen defensas que alzan auténticas barricadas que nos impiden decir y hacer lo que verdaderamente deseamos. Todos esos universos psicológicos internos no solo nos impiden ser auténticos, sino que además dificultan nuestro crecimiento. Tengámoslo claro, quien quiera ser sincero con los demás primero debe serlo con uno mismo. Y eso requiere practicar un diálogo interno sincero y valiente, ahí donde preguntarnos qué queremos y qué necesitamos.

La falta de honestidad nos llena de infelicidad: Ser sinceros nos ahorra un tiempo valioso. Evita por ejemplo, dedicar tiempo y esfuerzos a personas, prácticas o dimensiones que no sintonizan con nuestros deseos o valores. Si fuéramos capaces de practicar una honestidad real, ganaríamos en confianza los unos con los otros, porque no hay nada tan beneficioso como contar con ese consejo o comentario por parte de alguien que lejos de buscar ser condescendiente o «quedar bien», se atreve a hablarnos desde el corazón. Además, la falta de sinceridad nos aboca a hacer uso de esas mentiras que al poco, necesitan de otras mayores para poder ser sostenida en el tiempo. El esfuerzo psicológico para evitar el derrumbe de tantas falsedades es inmenso, y enseguida nos damos cuenta de que esa práctica no es útil, ni lógica ni aún menos saludable.

La sinceridad es un acto de valentía: Los niños mienten a sus padres más seguido de lo que creen por un hecho muy básico: optan por recurrir a la mentira para hacer felices a sus progenitores, y cumplir así las expectativas que tienen sobre ellos. Piensan que si les hablan de lo que verdaderamente sienten los pueden decepcionar. De algún modo, es así como se inicia esa necesidad casi recurrente de no ser siempre completamente honestos. Tememos decepcionar, nos da miedo no ser como otros piensan, nos asusta generar distancias o perder relaciones. Sin embargo, hay que tenerlo claro, al actuar de este modo a quien traicionamos de verdad es a nosotros mismos. Ser sinceros puede causar algún que otro impacto o sorpresa. Sin embargo, a la larga merece la pena porque creamos escenarios más higiénicos, felices y significativos al compartir vida con quien de verdad importa.

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