Sentirnos potentes es una cualidad muy sana para todos los humanos. Es sentirnos autovalorados, con fuerza y energía para llevar adelante proyectos. Sentirnos potentes nos motiva. Sin embargo, algunas personas desvalorizadas se sumergen en mecanismos en los que creen que todo lo pueden. Están en todos lados, se muestran omnipresentes en las acciones propias y fundamentalmente de los otros. Así generan un séquito de personas necesitadas, a las que abastecen sentándose en cada silla que les colocan. Funcionar equilibradamente en la vida implica el reconocimiento y puesta en acto de nuestros recursos personales.

Capacidades y fortalezas forman parte de la potencia personal que implica el afrontamiento de situaciones, ya sean estas problemáticas a la hora de resolverlas o no. Por lo tanto, sentirnos potentes al encarar una experiencia remite a la autovaloración o más bien depende de ella. Alguien que tienen buena autoestima es autoconsciente de sus capacidades…. pero también sabe de sus limitaciones, es decir, lo que puede y lo que no. Así, mientras la persona se siente potente, se siente autovalorada (y también valorada por los otros). El problema se presenta cuando se excede de los límites personales y se ingresa en la omnipotencia.

La omnipotencia es la creencia tácita o explícita de pensar que todo se puede. De hecho, muchos no solo hacen cosas para sí mismos, sino también para los demás. Son los que frente a un simple comentario de un amigo, un conocido, un familiar, se les activa un chip cerebral para pensar de qué manera es posible dar una mano al otro.

También, son los que consiguen farmacias de guardia, electricistas, médicos especialistas, comidas exóticas, una pieza de una maquinaria inencontrable, tienen el consejo oportuno o son solícitos en ayudar al otro. Son los que en pleno verano con 40 grados a la sombra y teniendo la tarde libre acompañan a alguien –relevante o no en su vida- a realizar un trámite en pleno centro de la ciudad, cuando podrían quedarse durmiendo la siesta con aire acondicionado. No se trata de no ayudar al amigo que pide auxilio, se trata de que los omnipotentes siempre pueden, con lo cual nunca dicen NO, son devotos del SÍ por sobre todo.

Las personas que todo lo pueden son queridas y valoradas -de alguna manera este es el fin que persiguen-, aunque no pertenecen al grupo de los omnipotentes que alardean de sus capacidades. No son pocas las oportunidades en las que se confunde la onmipotencia con la soberbia. Incluso, se coloca el rótulo de omnipotente a alguien que alardea de lo que puede, o lo que sabe, o lo que hace; pero no necesariamente esto se refleja en su accionar. Los alardeadores creen conscientemente que todo lo pueden. Eso no es tener buena autoestima, sino egolatría, o sea, la propia idolatración. Esto se acerca más a la pedantería y a la soberbia, aunque bien podría ser propio de una conducta delirante. También, son omnipotentes prepotentes que tratan de monopolizar diálogos, otorgándose un brillo de poca monta, además de ser absolutamente yoístas. En sus diálogos, que resultan monólogos, se escucha decir «porque yo / yo en una oportunidad / vos sabés que yo…», a pesar de que el interlocutor se encuentre hablando sobre algún tema personal.

Orgullosos, soberbios, humildes, falsos modestos, sobrestimados, ególatras, fanfarrones, ostentosos, petulantes son algunos especímenes de la fauna humana, que intentan por diversas estradas, buscar reconocimiento y defenderse de cara a sus fuertes sentimientos de minusvalía. Se muestran omnipotentes, pero no lo son en su accionar. Se muestran que todo lo pueden, pero no lo reflejan a la hora de actuar. Todos estos personajes son falsos omnipotentes, porque los verdaderos no hacen gala de sus acciones ni fanfarronean. Los verdaderos hacen en silencio, desarrollan múltiples acciones porque ese hacer y estar en todo forma parte de su estilo personal y relacional.

Ahora bien, recordemos que formas, acciones y expresiones, que se sistematizan en la vida, terminan formando un estilo de personalidad. En un principio, pueden haberse creado como una tentativa para buscar valoración en el afuera, pero después de años se conformaron como un estilo de actuar. Por ende, los omnipotentes no toman consciencia de lo que hacen hasta que alguien los alerta y muchas veces es el espacio de la psicoterapia el que señala ese mecanismo. Estas formas de los desvalorizados omnipotentes conllevan a que se vuelvan controladores. Todos los detalles deben pasar por sus supervisiones, ya que mantienen la creencia de que solamente son ellos los que poseen la capacidad para desarrollar cualquier tarea de manera idónea.

La omnipotencia conlleva conductas de control debido a la fuerte creencia de que los demás no puede desarrollar las tareas como uno mismo. Se vuelven, entonces, omnipresentes, se encuentren en todos lados haciendo despliegue de sus capacidades. En rigor, tampoco se trata de que estos omnipotentes no posean recursos, sino todo lo contrario. Como todo ser humano, poseen habilidades que desenvuelven efectivamente, y podríamos afirmar que son personas muy capaces, tanto para realizar cosas para sí como para los otros. Tienen un solo trasero, pero se sientan en numerosas sillas y al mismo tiempo.

En apariencia, los omnipotentes se mueven de manera autónoma e independiente en todos sus círculos sociales. Pero no hay nada más dependiente que un omnipotente. Bajo su fachada de fortaleza se halla una personalidad insegura con una cuota de fragilidad y, sobre todo, con numerosos miedos a que lo descalifiquen. Todas estas características están al servicio de no mostrarse realmente. ¡Cuánta impotencia y desvalorización debe haber en el sustrato de la persona para necesitar mostrarle al mundo tanta omnipotencia!

Uno de los problemas que genera interaccionalmente este tipo de actitudes omnipotente es el abuso. El omnipotente va armando un círculo de necesitados dependientes que se alimentan de su hacer por ellos, puesto que un omnipotente no ayuda a resolver el problema del otro, se hace cargo del problema del otro. Entonces deja de ser el problema del otro para ser su propio problema.  Este ejercito de dependientes poco a poco configura el comienzo del abuso, en la medida en que el omnipotente allana sus deseos y expectativas. Por lo tanto, estos dependientes terminan siendo abusivos de las característica y acciones del partenaire omnipotente. El principal abuso que sufre el omnipotente no es de los otros hacia sí mismo, sino el que se inflige él o ella con sus actitudes.

Por lo tanto, ser nosotros mismos, ayudando genuinamente al otro, es una forma de actuar saludable y funcional, pero la omnipotencia es una defensa que debe modificarse en pos de sanear relaciones, desestresarse, hacerse cargo de los propios problemas y saber que cada uno debe ser responsable de donde se sienta.

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