Todo comportamiento excesivo suele ser la señal de dificultades. Uno de los recursos a los que apela el inconsciente es precisamente el de exagerar una conducta para ocultar alguna problemática latente. Por eso, aunque ser demasiado generoso pueda ser visto como una virtud, a veces no lo es tanto. Es muy habitual que cuando alguien es demasiado generoso espere una compensación a cambio, aunque lo niegue. Por otro lado, es posible que ese deseo de servir a los demás sea un mecanismo para ejercer control sobre la conducta de los otros.

Otra señal que puede ser reveladora aparece cuando alguien es demasiado generoso y al mismo tiempo se queja de ser como es. Expresa que se siente desilusionado constantemente, porque los demás no actúan como él o no agradecen lo suficiente su entrega. Así, una generosidad desmedida puede ser en el fondo una forma de manipulación.

Alguien es demasiado generoso cuando es capaz de pasar por encima de sus propias necesidades y deseos -implicando un sacrificio- por complacer a otro. O cuando vive en función de ayudar o salvar a los demás y, probablemente, no es capaz de reconocer en qué necesita ser ayudado o complacido. Así mismo, este rasgo está presente en quienes no renuncian en ningún momento a jugar el papel de “salvadores”. Los expertos en el tema señalan que ese deseo compulsivo de ayudar o salvar puede ocultar una fuerte necesidad de afecto. Es una conducta muy común en quienes han recibido poco cariño durante la infancia o han sido educados como personas dependientes. De una u otra manera, ser demasiado generoso es, en muchas ocasiones, una estrategia para “comprar” el afecto y la aceptación de los demás. Esa es la razón por la que al no recibir una respuesta equivalente, la persona se siente defraudada, e incluso asaltada en su buena fe. También por eso se queja de ser como es.

Quienes son demasiado generosos rara vez son conscientes de las verdaderas motivaciones que hay detrás de sus ganas de ayudar. En su corazón sienten que, de veras, los demás les importan y quieren que estén bien. Saben detectar el dolor o el malestar en los demás y sufren al verles sufrir. El problema está en 2 aspectos. El primero, que toda esa benevolencia e interés que profesan por los demás rara vez los profesan por ellos mismos. Voluntariamente se ponen en segundo plano. El segundo problema es que quieren condicionar el comportamiento de los demás. Recibir de ellos atención, aprecio o reconocimiento social por su labor. Por lo mismo, es frecuente que quienes son demasiado generosos se sientan también con el derecho a controlar la vida de las personas a las que ayudan. Reclamar un derecho a decidir que tienen como deuda por lo que hicieron por ellos.

Antes de ser generosos con los demás, tenemos que aprender a serlo con nosotros mismos. Este es un aspecto necesario para alcanzar un equilibrio entre cuidar los intereses de los demás y cuidar de los propios. Así, es bueno que los sacrificios por los demás sean sensibles a las propias necesidades o límites. Por otro lado, también es bueno explorar las motivaciones que nos empujan a ayudar a los demás. En ocasiones este análisis puede ayudarnos a identificar necesidades propias, carencias que tendríamos que cubrir de una manera más saludable, menos manipuladora. Por otro lado, la necesidad de que nos necesiten suele dar lugar a vínculos de codependencia que no son buenos para ninguno de los involucrados. La mejor manera de ayudar a alguien es creando las condiciones para que esa persona se sitúe en una posición de independencia; ayudar al otro para que sea más fuerte, no para que siga necesitando aquello que podemos darle.

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