Definitivamente y sin lugar a dudas, la queja es la base de los problemas emocionales que actualmente tenemos. No son pocas las veces que hemos escuchado a muchas personas quejarse una y otra vez, con o sin motivos, con o sin razones, lo difícil que son sus vidas, lo duro y complicado que les implica el salir a luchar cada día y …. también hay otros que le suelen hechar la culpa al destino y a la mala suerte que han tenido.
Seguramente, si dejásemos de quejarnos tanto por aquello que no funciona como nos gustaría y nos fijásemos más en todo lo que tenemos para disfrutar y ser felices, no estaríamos tan amargados. Vivimos en la era en la que más cosas y facilidades tenemos pero en la que la gente es más infeliz. Nos hemos acostumbrado a necesitar cada vez más y a hacer un drama cuando esa necesidad inventada no se ve cumplida. Y, en consecuencia, nos quejamos una vez y otra vez sin llegar a ninguna salida, porque quejarse no sirve para nada más que para hundirnos más en la tristeza y la amargura.

Las personas que viven protestando nunca están contentas con nada, negativizan todo, incluso lo positivo. Desean algo, se quejan si no lo tienen y cuando lo tienen se vuelven a quejar. Aunque la situación que vivan sea positiva o hayan conseguido grandes logros personales o profesionales, siempre saldrán con el “Si, pero…”. Esta actitud al final hace que nunca disfruten de nada y que se amarguen a sí mismos y al resto de la humanidad con su toxicidad. Por otra parte, este tipo de hombres y/o mujeres no buscan soluciones. Les resulta más fácil enojarse, criticar o amargarse por aquello que no han obtenido o que no les ha salido como les hubiera gustado, que concentrarse en buscar la forma de salir de dónde se encuentran y tratar de así modificar lo que es posible. Buscar soluciones a los problemas implica dejar de caer en el victimismo y empezar a luchar por aquello que queremos, lo que conlleva un esfuerzo que mucha gente no está dispuesta a hacer.

Las personas quejosas son, normalmente, muy críticas con los demás y con las circunstancias de su vida y esto es producto de su propia infelicidad y carencias. Es bueno recordar que siempre criticamos de los demás, nuestros propios defectos. Seguramente, el problema no esté ni en el criticado ni en el hecho que le está sucediendo, sino en ellos mismos, que no saben apreciar ni valorar las cosas buenas de los demás y de la vida en general. Su atención está plenamente enfocada en lo que ellos consideran como negativo, sin ser capaces de ver el lado positivo que todo tiene. Además, la aceptación no existe en sus vidas. No pueden tolerar que las cosas no salgan como ellos quieren. El resultado es un empeoramiento de los problemas sin lograr hallar, evidentemente, ninguna solución al respecto y provocándose una ansiedad y sufrimiento importantes. La queja termina cuando la persona se siente ya cansada o aburrida de quejarse y vea que, aparte de una gran irritación, no obtiene nada con ello.

Claves para deshacernos de la queja

Para dejar de quejarse, en primer lugar hay que reconocer que lo hacemos. Y, a continuación, poner en marcha estos consejos:

  • Dejar de juzgar todo: Uno no es juez de nada ni de nadie. Por lo tanto, lo más inteligente y sensato es tener la boca cerrada de vez en cuando y adaptarte a las circunstancias. Además, antes de juzgar, hay que mirarse al espejo y saber reconocer y aceptar que uno/a tampoco es perfecto/a. La perfección en sí misma, es inexistente.
  • Promover e incorporar la aceptación en tu vida: La aceptación es un bálsamo para conseguir la paz interior y la salud mental. Si nos damos cuenta de que hay diversas situaciones, personas o hechos sobre los que no tenemos ningún poder y control, aprenderemos a dejar de tener expectativas y a aceptarlo todo, tal y como viene.
  • Poner freno a los pensamientos negativos: Las palabras son el producto de nuestros pensamientos, de lo que nos decimos a nosotros mismos. Si sabemos combatir las ideas negativas e irracionales, será muy difícil caer en el victimismo, las críticas y la queja continua. La clave está en confrontar nuestras ideas con la realidad y darnos cuenta de que muchas veces somos nosotros los que anticipamos, generalizamos y sobredimensionamos las cosas.

  • Hacer foco en lo positivo: todo tiene su lado bueno, pero parece que eso lo damos ya por hecho y no somos capaces de fijar nuestra atención en todo lo bueno que tenemos a nuestro alrededor. Si hacemos un esfuerzo consciente y empezamos a enumerar todo lo positivo que tenemos en nuestra vida, nos daremos cuenta que hay más cosas agradables y buenas y que nunca les prestamos atención a las mismas. Hay que aprender a darle la vuelta a eso que no nos gusta y descubriremos que encierra algún valor.
  • Tener siempre presente que el cambio siempre comienza en nosotros mismos:  los cambios no provienen del exterior, sino que son internos. Uno debe cambiar para así poder apreciar el mundo que nos rodea.

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