Cuando nos quiebran nuestras expectativas
Una ruptura sentimental siempre genera dolor. La gran mayoría de seres humanos experimentará, al menos una vez en la vida, una ruptura amorosa. Esta situación, siempre difícil, parece complicarse más para unos que para otros. Y es que cuando una persona afirma que le han roto el corazón, por lo general es precisamente eso lo que siente. Un dolor desgarrador y paralizante.
Podemos caer en el error de pensar que este tipo de individuos poseían sentimientos más fuertes y profundos por quienes fueran sus parejas. O tal vez creamos que se trata de una carencia de fortaleza emocional por su parte. La realidad es que la base de su sufrimiento no es un amor desmedido ni una debilidad personal; son, simple y llanamente, las expectativas.
Nunca, en sentido figurativo, nos rompen el corazón. Tal vez, en algún momento llegaste a sentir que le entregaste tu corazón a alguien y esta persona lo dañó, lo destrozó. Pero realmente, y aunque cueste admitirlo, este daño te lo causaste tú mismo. El amor no desgarra, no destruye, ni siquiera cuando termina. Cuando amas a alguien de forma genuina, pura y sana el sufrimiento es diferente, ya que está libre de dependencias y no dejás tu felicidad a cargo de la otra persona, no esperas que ella te llene.
Es evidente que siempre tenemos expectativas y estas, en cierta medida, son necesarias. Esperamos de nuestros compañeros respeto, apoyo y sinceridad. Sin embargo, el amor maduro comprende que cada uno de nosotros somos responsables de nuestro propio bienestar. Y esta responsabilidad incluye saber alejarnos de quienes no nos proporcionan un trato adecuado. Sin permitir que la humillación, la traición o la decepción se perpetúen como parte de la relación.
Aunque solamos culpar al otro de estas situaciones, nosotros somos quienes nos dañamos permaneciendo en ellas. El amor no duele, duele el ego. Duele aferrarse, someterse, dejarse la piel y descuidar el amor propio en nombre del amor de pareja.
A nadie le han roto el corazón por amar demasiado, porque quien realmente sabe amar nunca llegaría a sentirse tan devastado por la conducta o por la partida de alguien como para afirmar tal cosa. Comprendería y aceptaría que los actos del otro no están en su mano, pero sí lo están los suyos propios. Y, por ende, resguardaría su integridad y se alejaría de esa situación con calma. Con dolor sí, pero no con un sufrimiento extremo.
Si formás parte del numeroso grupo de personas que en cierto punto de nuestra vida sentimos que nos rompieron el corazón, no te sientas culpable. No sos débil por haber albergado ese sentimiento. No sos más débil que los demás, ni tu pareja fue espectacularmente valiosa. Ni ella fue para tanto ni tú para tan poco. Comprende que las responsables de la angustia desgarradora que pudiste llegar a sentir son sólo las expectativas.
Cuando establecemos una relación de pareja comenzamos a proyectar un futuro junto a esa persona. Imaginamos planes, trazamos metas y visualizamos objetivos conjuntos. Esperamos y confiamos en que el plan de vida que compartimos llegará a buen término. No obstante, como todos sabemos, la vida es cambiante e incontrolable y las cosas no siempre resultan según lo planeado. Si en ese momento no contamos con una buena flexibilidad psicológica, una adecuada capacidad de adaptación y una sólida autoestima, la caída puede ser imponente. Generalmente, quienes más probabilidad tienen de sufrir un duelo complicado o patológico tras una ruptura son las personas excesivamente rígidas, quienes necesitan la certidumbre y el control. Aquellos que temen al cambio.
Por eso, es de suma relevancia aprender a manejar nuestras expectativas. Es positivo compartir ilusiones y proyectos con nuestra pareja, pero no tenemos que permitir que nuestra estabilidad psicológica y emocional dependa de ello. Tenemos que estar preparados para afrontar los cambios sin derrumbarnos y, para conseguirlo, necesitamos trabajar a conciencia nuestra autoestima y nuestra flexibilidad. Está en nuestras propias manos comenzar a amar de un modo más saludable. Empezar por amarse a uno mismo/a de forma incondicional. El cambio puede asustar, pero hay que recordar que cuando nada es seguro, todo es posible.