Todos queremos hacer cambios en nuestra vida. Algunos son más pequeños y otros, trascendentales. Pero lo cierto es que siempre tenemos una zanahoria adelante. Y está bien, porque la vida es movimiento y acción, y deberíamos querer trabajar en superarnos y corregir aquello que no nos hace felices. Por desgracia, la frustración que sentimos frente a algo no siempre es suficiente para iniciar el cambio.

Son muchas las veces en las cuales nos invade una sensación paralizante que no nos permite avanzar en el propio equilibrio emocional. La primera interpretación es que no estamos conformes con nuestra vida, pero tampoco lo suficientemente mal como para iniciar un proceso de reingeniería personal que nos llevaría a introducir modificaciones sustanciales. Es en esos momentos cuando hacemos cosas como compararnos con el de al lado, y pensamos :  “bueno, no estoy tan mal”, y así nos quedamos en la inercia. Pero el gran peligro, es que uno también se acostumbra a vivir mal. En la medida en que no tenemos el coraje para introducir cambios que nos protejan de las agresiones exteriores, el estilo de vida deficitario lo incorporamos como lo normal, perdiendo la perspectiva de cómo podríamos vivir si fuéramos capaces de mover aunque sea algunas piezas. Nos acostumbramos a que nos duela la espalda, a suspirar cada vez que nos agachamos, a estar cansados las 24 horas, no importa cuánto durmamos. Y nos parece común.

Otra causa frecuente para permanecer estáticos es el miedo al fracaso. De lo que no nos damos cuenta es de que tanto el éxito como el fracaso son dos posibilidades reales que existen cada vez que intentamos algo en la vida. Es decir, el que no arriesga, no gana. Y cuando dejamos de soñar y de plantearnos la posibilidad de un cambio, la rutina se convierte en algo difícil de soportar, sin objetivos de desarrollo a la vista. Es, de algún modo, empezar a envejecer. Mientras no seamos capaces de pasar a la acción, nos dedicaremos simplemente a sobrevivir, que de ninguna manera puede conducir a una vida mejor.

Nadie va a hacer las cosas por uno mismo, sea comenzar a dedicar nuestras tardes a entrenar o romper una relación tortuosa. Puede que nos frene el miedo al fracaso, a repetir experiencias pasadas o a la simple comodidad de mantenernos en esa rutina. Pero tenemos una responsabilidad sobre nuestra propia felicidad. Hay que tomar eso el propio proceso de reingeniería personal. Es imprescindible alejar a los fantasmas que nos impiden ver el bosque, porque el árbol que tenemos delante ocupa todo el campo visual. Hay que detectar dónde están las trabas, superarlas y ponerse en marcha. De esta forma estaremos iniciando un camino que nos llevará a conocer lo mejor de nosotros mismos.

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