La ansiedad forma parte de nuestra vida, es básicamente un sistema defensivo que nos pone alerta ante los peligros cotidianos y los desafíos que tenemos por delante. Gracias a ella, alcanzamos ese nivel de activación necesario para responder a muchas de las cosas que hacemos a diario. Ahora bien, en ocasiones, este mecanismo asume el control sobre nosotros (y no a la inversa) y el mundo se acelera y las emociones se desbocan. De este modo, una de las manifestaciones más comunes de esta realidad son las crisis de ansiedad.

Sucede de pronto, como una embestida. El mundo se nos hace un nudo y no podemos respirar. La mente se llena de ideas angustiantes y el corazón no para de palpitar llevado por la desesperación. Una voz interna nos dice que «algo muy malo va a pasar», no sabemos muy bien qué, pero la desesperación es tremenda. El estrés acumulado en el tiempo y no atendido pasa factura. Uno de sus efectos son esas crisis en las que la ansiedad acelera el corazón y nos hace creer que estamos sufriendo un infarto. Tienen ese relieve y resultan muy difíciles de manejar. Son más comunes de lo que pensamos, y todos somos susceptibles de sufrirlas en alguna ocasión. Son breves, intensas y con una gran sintomatología fisiológica.

La población general sabe muy poco sobre la anatomía de este tipo de procesos psicológicos. Lo que provoca, por ejemplo, que tras la primera crisis de ansiedad, se acuda a urgencias pensando que sucede algo grave. El primer pensamiento es evidente: «estoy sufriendo un infarto de miocardio». Sin embargo, cuando se les da el diagnóstico suelen aparecer las dudas y la confusión. ¿Puede la mente originar semejante sufrimiento? ¿Es la ansiedad capaz de hacernos creer que vamos a morir? La respuesta es: SI

Lo más complejo de todo es que quien ha sufrido una, teme que vuelva a suceder. Es entonces cuando el miedo se incrementa más aún y actúa de desencadenante, creando un círculo vicioso muy desgastante. El miedo y la ansiedad son esos aniquiladores de paz que tienen como principal cualidad anularnos como personas y apagar nuestra capacidad de reflexión.

Tanto adolescentes como adultos somos susceptibles de experimentar una crisis de ansiedad como resultado de una época de estrés. De pronto, la preocupación, los miedos y las angustias acumuladas «estallan» a través del cuerpo. No es necesario padecer un trastorno psicológico de base para experimentar una crisis de ansiedad puntual. Es decir, estas experiencias no son siempre síntomas de que suframos un trastorno de ansiedad generalizada o una fobia determinada. En el caso de los adolescentes, el hecho de acumular muchos factores estresantes (problemas familiares, relacionales, académicos, etc) les hace mucho más vulnerables a la ansiedad, pero no a los trastornos depresivos. Un efecto común es experimentar esos momentos de crisis y pánico en los que pierden el control, sienten mareos, taquicardias, ahogos…

Una crisis de ansiedad no es una condición grave. La podemos experimentar una vez y no volver a vivenciarla. De hecho, es común que aparezcan en esas épocas de mayor angustia laboral, de problemas afectivos o preocupaciones. Se trata de una pista y un reflejo de que hay algo que debemos resolver, algo que nos está sobrecargando. Por otro lado, es importante conocer los síntomas para no confundirlos con un problema cardíaco.

Por lo general, consideramos que estamos ante una crisis de ansiedad cuando aparecen al menos cuatro factores de este listado:

  • Taquicardia.
  • Presión o pinchazos en el pecho.
  • Sensación de ahogo
  • Pánico, creer que nos está pasando algo malo.
  • Sensación de que lo que está ocurriendo no es real.
  • Náuseas, dolor abdominal.
  • Temblores.
  • Mareos
  • Sudoración o escalofríos.
  • Sensación de entumecimiento.

Todas estos fenómenos suelen tener una duración breve. En cambio, la sintomatología asociada a las alteraciones cardíacas suelen durar mucho más.Mujer que sufre crisis de ansiedad

¿Qué podemos hacer si solemos sufrir crisis de ansiedad?

No es lo mismo padecer una crisis de ansiedad puntual y esporádica que sufrir este hecho de manera recurrente. En caso de que estemos en esta última situación, lo recomendable es seguir los siguientes pasos:

  • Acudir al médico de cabecera para descartar algún problema o enfermedad subyacente.
  • Si no existe un problema orgánico, es necesario consultar a un psicólogo. Cuando estas experiencias se repiten en varias ocasiones debemos saber cuál es el motivo.
  • Muchas veces, ese estrés y ansiedad de base pueden acumularse hasta derivar en situaciones más complicadas que requieren atención. No tratar lo que preocupa hoy y dejarlo pasar varios meses supone agravar ese estado y acabar sufriendo desde trastornos de ansiedad hasta una depresión mayor.
  • La terapia cognitiva-conductual es la que tiene mayor tasa de éxito en estos casos.
  • Mejorar nuestros hábitos de vida. Conocer los factores de estrés, saber establecer prioridades, darnos descansos, practicar la respiración profunda, hacer deporte y mejorar nuestra gestión emocional son dimensiones que nos serán de gran ayuda.

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