“La adicción no es más que un sustituto muy degradado de una verdadera experiencia de gozo”.

– Chopra –

La psicología explica la existencia de un vínculo directo entre la autoestima y el consumo de drogas. Muchas adicciones provienen de un vacío emocional, originado en carencias en el valor subjetivo. Lo vivido durante la infancia, para todas estas cuestiones, juega un papel importante, aunque nunca es determinante.

Podríamos definir la baja autoestima como el resultado emocional de una valoración deficiente o una evaluación en negativo de nuestra propia valía. El desarrollo de la autoestima como rasgo constitutivo tiene su germen en la misma infancia, y crea una serie de disposiciones que tienden a acompañar a la persona el resto de su vida. La cuantía y la calidad de la autoestima de un individuo suele ser un potente factor motor de las direcciones que este va tomando a lo largo de su vida.

Mantener una autoestima sólida y estable puede no ser una tarea fácil; puede complicarse por un nivel de inteligencia emocional bajo, carencia en habilidades sociales o una infancia complicada, por ejemplo. Por otro lado, pocos dudarían de la importancia de mantenerla en un estado saludable por sus diferentes implicaciones. En las etapas iniciales del desarrollo cognitivo-emocional del niño, prácticamente cualquier factor de alto impacto vivencial o emocional es susceptible de dejar una indeleble marca en lo más profundo de su psiquismo. Un robusto sentido de valía personal, o todo lo contrario, podría depender de algo tan aparentemente banal como el modo en que un padre se dirige a su hijo. Comentarios cargados de crueldad, esos que desvaloricen al niño/a, por parte de los padres y de las figuras de referencia, suelen causar más daño a la larga -y resultar más difíciles de contrarrestar- de lo que en el mismo momento de ocurrir hubiesen causado.“¡Con esa actitud y comportamiento, nunca vas a llegar a nada en la vida!” o “¿Por qué no te parecés más a tu hermano?” son ejemplos de frases que, típicamente, unos padres con un estilo poco adecuado de parentazgo tenderán a repetirle al niño.

Si la comunicación y los patrones de relación interpersonal ente adulto y niño, esencialmente en el seno familiar, no se asientan en el cariño, el respeto y la consideración, podría estar cimentándose una personalidad doliente de incertidumbre, inseguridad y confusión; este sería el caldo de cultivo perfecto para desarrollar una adicción. Acá encontraríamos la primera forma en la cual la autoestima y el consumo de drogas pueden entrar en relación y constituir un círculo vicioso de retroalimentación del que, obviamente, podría resultar difícil escapar.

Si a lo largo de la crianza y desarrollo del niño -y, después, del adolescente- se ha ido constituyendo una baja autoestima, la probabilidad es alta de que éste desarrolle una serie de rasgos relativamente comunes:

  • El adolescente tenderá a verse como inferior a los demás.
  • Probablemente, se vea como carente de una o más virtudes o capacidades.
  • Puede considerar su cuerpo o su aspecto general como poco deseable, incluso repulsivo.
  • Podría cuestionar su capacidad para realizar actividades grupales y participar en deportes de equipo.
  • Tenderían probablemente a emitir automensajes con los que cuestionaría su inteligencia o capacidades cognitivas.

Ya se trate de un niño o un adulto, en términos generales, la presencia de baja autoestima puede derivar en una sensación de hallarse atrapado, sin posibilidad de evolución o cambio; la motivación y la energía para acometer planes tendería también a mostrarse reducida. La mayor parte de las actividades vitales, dada esta situación, se le podrían plantear a la persona como excesivamente difíciles. De ahí podría surgir en potencia la tendencia a conductas destructivas y de escape, que es precisamente lo que abre la puerta al consumo de tóxicos y a las adicciones.

La autoestima y el consumo de drogas, según lo expuesto, tendrían sentido como entidades vinculadas. El resultado del consumo de estupefacientes conduce, generalmente, a una suerte de mundo propio en el que no existe la posibilidad de ser juzgado; es esa ausencia de juicio ajeno lo que termina casi siempre por constituir el verdadero enganche. Puesto que para transformarse en consumidor de alcohol y otras drogas no se requiere de una habilidad en particular, y el valorarse a uno mismo apenas entra en juego, la adicción a la toma de sustancias ilícitas se hace en estos casos considerablemente fácil.  A fin de cuentas, el consumo de sustancias que alteran el estado de conciencia, en el contexto de la relación entre autoestima y el consumo de drogas, no es más que una manera sencilla de deshacerse, aunque sea temporalmente, de las aflicciones que la baja autoestima impone en quien carece de ella. Una manera de evadirse de un diálogo interno muy destructivo.

Clásicamente, a las personas con tendencia al consumo abusivo de drogas se las ha tildado de tímidas o introvertidas; en realidad, en muchos casos existe un problema subyacente de autoestima que produce la inhibición social. Cabría pensar, analizado lo aquí expuesto, que estas personas presentan una tendencia a apoyarse en los efectos de estas sustancias para liberarse de sus ataduras psicológicas y sus reticencias. Así, podrían conseguir hacerse más amigables -ya que se valoran más a sí mismas bajo los efectos de los químicos o, simplemente, abandonan todo intento de valorarse-, y también más accesibles a los demás. Las drogas les permitirían, por así decirlo, integrarse de manera más sencilla a unos dictámenes de interacción social a los que, desde la pobre autoestima, resultaba complicado adherirse. Por lo tanto, la primera línea de intervención que desde un profesional de la salud mental se aborda para tratar a una persona adicta al consumo de sustancias suele ser el trabajo con su autoestima y su amor propio. De esta manera, es como se orienta en favor de la persona la asociación entre autoestima y consumo de drogas.

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