La agilidad emocional es muchas veces descripta como la capacidad de aprender a vivir con nuestros pensamientos, emociones y vivencias. Estas cosas que nos suceden miles de veces al día, pero que no dejamos que nos distraigan.

Conocer cómo gestionamos nuestra agilidad emocional nos asegura transitar las diferentes situaciones de nuestra vida de un modo más sano, con mayor implicancia y con mayores oportunidades.

Se trata de esa capacidad  que posee una persona de llevarse bien consigo mismo de una manera asertiva, compasiva y estimulante. Esto requiere una serie de estrategias y habilidades básicas. Una de ellas es ser capaz de lidiar con los pensamientos y las emociones.

Por ejemplo, percibir durante la mañana, en las primeras horas de nuestras actividades que alguien nos mira con cara de enojo (eso no significa que así suceda, nosotros lo percibimos, el otro ni se percata), puede entorpecer nuestra capacidad de mirar más allá de nuestras emociones y dificultades, y de este modo nos impide discernir las señales que indican las cosas que son importantes para nosotros. Realizamos una mirada de valor a todo lo que nos rodea, agriándole o restándole importancia a partir de como estemos atravesados por las emociones. Tener una percepción clara de lo que es importante para nosotros es fundamental.

La investigación psicológica nos dice que la propia idea de tratar de no pensar en un asunto tiene un efecto boomerang. Pensamos en una cosa unas 30 ó 40 veces por minuto. Uno intenta no pensar en una torta de chocolate porque está a dieta, y luego sueña con ella. Así que tratar de no pensar o intentar no resolver situaciones difíciles no funciona. En segundo lugar, este tipo de pensamiento no nos permite explorar lo que tenemos que aprender y los cambios constructivos que tenemos que hacer en nuestras vidas.

Charles Darwin escribió un libro no muy famoso llamado “La expresión de las emociones en los hombres y los animales”. En este escrito, habla de la idea de que las emociones nos ayudan no sólo a comunicarnos con los demás, sino también con nosotros mismos Esta idea de que podemos aprender de lo que hay detrás de nuestras emociones cuando tenemos un sentimiento de culpa, de ira, siempre hay algo instructivo en ello. Ahora, la diferencia obvia es que nuestras emociones son datos, y no hay instrucciones. Podemos aprender de ellas, pero no tenemos que obedecerlas o estar dominados por ellas.

Sabemos que es importante reconocer que, a veces, las dificultades y las emociones negativas que experimentamos realmente nos ayudan. Diferentes investigaciones nos han aportado que cuando estamos de buen humor, este estado nos ayuda a lidiar mejor con determinados tipos de pensamientos: pensamientos creativos, cuestiones importantes, solución de problemas, etc. Sin embargo, un estado de ánimo más negativo nos ayuda a analizar, a preparar un plan de contingencia, a editar. Por ejemplo, en el caso de alguien que está vendiendo un producto a un cliente, la idea de cómo un estado positivo de la mente puede ayudar a que la persona sea creativa en términos de cómo conectar y relacionarse de manera efectiva con un cliente es realmente importante. Sin embargo, este estado de forma negativo nos puede ayudar a preparar un plan de contingencia, pensando en lo que puede salir mal en un proyecto. El primer aspecto de esto es ser capaz de estar con nuestros pensamientos y emociones en lugar de luchar contra ellos.

Hay razones que indican efectivamente que cuando vivimos en una sociedad en la que hay una gran cantidad de cambios, mucha tecnología y un enorme volumen de ambigüedad, es casi como si nuestro cerebro no hubiera evolucionado para tolerar y hacer frente a toda esta vorágine de la manera en que necesitamos que podamos hacerlo.

Las emociones no son nuestras enemigas, son quienes somos, conocerlas nos permite poder hacer de ellas herramientas que nos ayuden, alivianen, acunen, cuiden, en cada implica momento, instante, vivencia, somos ellas y ellas son nosotros.

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