La diferencia entre prestar atención y estar alerta es importante. Tanto es así, que a menudo, definen dos tipos de estados mentales que pueden mediar en nuestro bienestar o, por contra, incrementar la ansiedad. De algún modo, saber utilizar nuestros recursos cognitivos y emocionales en beneficio propio es esa asignatura pendiente para buena parte de la sociedad. Focalizar y prestar atención a lo que importante colabora para nuestro bienestar. Por contra, la mente que siempre está alerta y que vive en un estado de hipervigilancia constante se presenta como un terreno perfecto para que se reproduzca la ansiedad.

La atención es tomar posesión de la mente, de forma clara y vívida. Su esencia es la concentración de nuestra conciencia y, gracias a este proceso, conseguimos controlar de forma efectiva determinados aspectos de nuestra realidad, dejando de lado los que no interesan. Alcanzar este hito en nuestra vida cotidiana permitiría regular desde el estrés, la ansiedad, la preocupación y otros esos estados que tanto nos alejan de una auténtica calidad de vida. Sin embargo, conseguirlo no es fácil porque vivimos en un mundo donde resulta casi imposible centrarse en un único lugar.

Lo opuesto a la atención no es siempre la desatención. Hay un estado mucho más complejo, y hasta patológico, que cursa con estar alerta; nos referimos a la hipervigilancia, a vivir con una sensación constante de peligro. La diferencia entre prestar atención y estar alerta, deriva de la asociación de los dos estados con nuestro estado emocional. Estar atentos nos permite focalizar todos nuestros recursos psicológicos y perceptivos. Estar alerta, por su parte, significa estar pendiente de absolutamente todo lo que nos envuelve; este estado nace, en la mayoría de las ocasiones por una sensación de amenaza poco concreta. Ahora bien, esa sensación de alerta no es, en sí misma, negativa. Al contrario, estamos ante un mecanismo de supervivencia muy eficaz, puesto que gracias a él reaccionamos ante los riesgos para adaptarnos mejor. El problema sucede cuando nos instalamos en un estado de alerta constante como efecto de la ansiedad.

Mente calmada vs mente hipervigilante

El primer punto en el que se diferencian guarda relación con la capacidad de centrar la atención en los estímulos de manera focalizada, centrada y relajada. Por el contrario, cuando en nuestro interior solo habita la sensación de alerta, la mente se vuelve caótica y nerviosa. Muchos estímulos neutros se procesan como peligrosos y los pequeños problemas se magnifican. La exteriorización de este fenómeno la podemos apreciar con frecuencia en reacciones poco ajustadas.

La hipervigilancia se define básicamente como una característica de la ansiedad. Es por lo tanto una reacción emocional regida por el miedo, por el temor constante a que pase algo malo. Ello hace que, de algún modo, nuestro cerebro se convierta en un rastreador obsesivo de peligros; desconfiamos de todo y, casi sin darnos cuenta, vamos perdiendo el control sobre nosotros mismos. Por otra parte, esa necesidad por estar alerta de manera continuada es una característica muy propia del trastorno de ansiedad social o fobia social.

Si hacemos uso de un enfoque relajado, centrado y equilibrado, sacaremos mayor partido de nuestra realidad al identificar lo más importante en cada momento. Por contra, si en nosotros cohabita el miedo y la angustia, el mecanismo de estar alerta se volverá patológico al derivar en la hipervigilancia constante.

¿De qué manera podemos entrenar nuestra atención para dejar de estar alerta cada día?

Lo más importante es contar con un buen diagnóstico psicológico. No podemos olvidar que a menudo, tras estos estados hay un trastorno de ansiedad sobre el que hay que intervenir. Es importante contar con recursos cotidianos para hacer de la atención nuestra aliada y no nuestra enemiga. En el momento en que el cerebro se obsesiona por estar pendiente de casi cualquier estímulo, la persona lo paga en calidad de vida.

  • Tomar control de nuestra mente. ¿Qué significa esto? Implica por ejemplo, hacer un ejercicio de limpieza, dejar a un lado preocupaciones inútiles, pensamientos obsesivos y catastróficos… Pensemos en nuestra mente como una habitación que hay que ordenar, oxigenar y llenar de luz.
  • Aprender a conectar con nosotros mismos. Cuando el enfoque se sitúa solo en el exterior, vivimos desconectados de nosotros mismos y de nuestras necesidades. Más aún, cuando la mente siempre está alerta viendo peligros donde no los hay, el interior queda a un segundo lado, queda arrinconado en la esquina del temor. Es momento de dejar de hacerlo, de llenar de calma nuestra mente.
  • Iniciarnos en la práctica de la meditación o mindfulness. En la actualidad esta estrategia cuenta con un gran aval científico y trae grandes resultados.

Para concluir, señalar solo un detalle: la atención se entrena, nuestras emociones se pueden regular de manera inteligente. Así, estaremos en disposición de focalizar la mirada en un solo objetivo: potenciar el bienestar.

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