La mayoría  de nosotros tenemos claro que aquello que pensamos favorece o limita nuestra calidad de vida. Es más, no es solo cada interpretación que hagamos de lo que nos rodea o sucede lo que optimiza nuestro bienestar o intensifica el sufrimiento. Son también nuestros sentimientos y esos estados emocionales los que afectan, a su vez, a muchos de los procesos neurológicos. Los pensamientos rumiantes, las ideas negativas y el estrés crónico pasan factura a nuestro cerebro. Tanto es así que estudios recientes nos advierten del riesgo de sufrir declive cognitivo e incluso alzhéimer al llegar a determinadas edades.

El pensamiento negativo y el declive cognitivo tienen una estrecha relación. Un factor que elevaría, según varios estudios, el riesgo de sufrir en edades avanzadas pérdidas de memoria, problemas del lenguaje, la atención o la orientación, sería caer en esos patrones mentales en los que la negatividad es constante y crónica.

El estrés crónico en áreas como el hipocampo, esa región relacionada con la memoria  tiene un gran efecto. Los estados psicológicos en los que la preocupación es constante, así como la negatividad o la angustia, la formación de nuevas neuronas se ve seriamente limitada. Con lo cual, al cabo de los años no solo nos resultará cada vez más difícil asumir nuevos aprendizajes, además, la conexión entre las células nerviosas pierde calidad.

Todos pasamos épocas en que la preocupación nos acompaña como un nubarrón en época estival. Es intenso, pero no dura demasiado. Al poco, la cosa cambia, hallamos estrategias para solucionar esos problemas y recuperamos la estabilidad y la calma. Experimentar estas situaciones es algo completamente normal y nada de ello tiene efecto a nivel neurológico.

Es más, el simple hecho de esforzarnos en buscar respuestas, en ser creativos y aplicar recursos para afrontar las dificultades, revierte en la salud cerebral: ganamos en flexibilidad y reservar cognitiva. Ahora bien, el problema llega cuando esa época de preocupación se cronifica. Nuestro enfoque mental cae en el torbellino de la negatividad crónica, en no ver luz al final del túnel ni el cielo a través de una ventana. En caso de que este enfoque sea una constante a lo largo de buena parte de nuestra vida, se eleva el riesgo de sufrir déficits cognitivos. Es más, este hecho, sumado a otros factores, eleva la probabilidad de sufrir alzhéimer.

Robert Howard es profesor de psiquiatría en el University College London. Fue en el 2015, a raíz de un estudio, cuando propuso un concepto ya reconocido y aceptado denominado: la hipótesis de la deuda cognitivaSegún esta idea, el pensamiento negativo repetitivo y crónico crea daños en el cerebro y de ahí los fallos (las deudas) cognitivos al llegar a ciertas edades.

Para validar esta idea se llevó a cabo otro trabajo de experimentación. Se realizó un seguimiento a un grupo de 292 personas mayores a lo largo de 5 años para demostrar esta hipótesis.

Los datos son los siguientes:

  • Pensamiento negativo y declive cognitivo están relacionados. Las personas con un patrón de pensamiento rumiante, obsesivo y adverso acaban evidenciando problemas en atención, memoria, lenguaje y orientación espacial.
  • Asimismo, aparece otro factor no menos serio: a través de las resonancias magnéticas pudo verse un aumento de los depósitos de las proteínas beta amiloide y tau, las cuales forman las clásicas placas en las neuronas impidiendo la comunicación entre ellas. Esto evidencia el marcador del Alzheimer.

Sabemos que el pensamiento negativo y el declive cognitivo guardan una estrecha relación. No obstante, hay un desencadenante detrás. Ese patrón de razonamiento falto de optimismo, flexibilidad, esperanza y creatividad es el resultado de condiciones como la ansiedad o las depresiones. Es muy común que entre los 55 y 60 años muchas personas sufran esos trastornos del estado de ánimo asociados, a menudo, a las crisis laborales, familiares, personales y existenciales. Es más, otro factor que vemos ya con excesiva frecuencia es la soledad.

Estamos dando forma a una sociedad mucho más conectada, pero a la vez más solitaria. Nos faltan los vínculos de calidad. Nos faltan mecanismos para integrar a las personas de cualquier edad a la vida diaria para que interaccionen, pongan metas en el horizonte, sigan creando vínculos y alimentando esperanzas e ilusiones de futuro.

Todos estos ingredientes actúan como mecanismos de resistencia para las demencias y los déficits cognitivos. Evidentemente, solo con ello no evitamos el desarrollo del alzhéimer, pero, quizá, retrasamos su aparición y ganamos en tiempo y calidad de vida. Pensamiento negativo y declive cognitivo están vinculados y aparecen ya con más frecuencia en personas aún «jóvenes» de 65 o 67 años que ya evidencian problemas de memoria y orientación. Por eso, debemos crear escenarios para favorecer la socialización y tratar de que la salud mental sea estable para prevenir cuanto antes estos estados.

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