Muchas veces la clave de un malestar psicológico está en los secretos familiares, los cuales ocultan vergüenzas y culpas. Estas se transmiten inconscientemente y terminan condicionando el bienestar emocional de las personas. Los secretos familiares son un peso invisible. Se presienten pero, precisamente porque son secretos, no logran abordarse y elaborarse. Si tienen que ver con hechos graves o perversos, el resultado podría ser una fuerte depresión sin explicaciones, o una manía, o cualquier tipo de neurosis o psicosis.

Los secretos familiares existen porque también existen las vergüenzas familiares. Eso es precisamente lo que se convierte en objeto de ocultamiento: aquello que avergüenza. Y si provoca ese sentimiento es porque se trata de hechos inaceptables, objetiva o subjetivamente. Si no fuera así, no tendrían por qué esconderse. El psicoanálisis plantea que toda represión es fallida. Los secretos familiares son una forma de represión colectiva. Lo que sucedió se envía a una zona oscura con la idea de que ese ocultamiento lo hará desaparecer. Sin embargo, el esconderlo es precisamente la vía para que ocurra todo lo contrario. Ese contenido seguirá más vivo que nunca, aunque nadie pueda verlo.

Lo reprimido siempre retorna. No se queda en un cajón durmiendo y siempre encuentra un canal para volver. En materia de contenidos reprimidos ocurre lo mismo que con la materia: no se destruye, sino que se transforma. ¿En qué? En neurosis o psicosis. Esas vergüenzas que encierran los secretos familiares siempre están acompañadas de culpa. Dicha culpa es uno de los sentimientos más tóxicos y nocivos con los que puede lidiar un ser humano. Hace que quien la porte se sienta indigno y que busque y encuentre formas de castigarse de manera inconsciente. También proyecta o confiesa esa culpa constantemente, aunque nunca hable directamente de ella.

Desde que nacemos, recibimos de nuestro entorno un conjunto de mensajes implícitos y explícitos. Por ejemplo, podemos sentir y presentir que nuestra madre es excesivamente nerviosa y sombría. O que tiene repulsiones y aficiones que nos resultan incomprensibles. En el núcleo de esas conductas, que nos resultan extrañas, seguramente hay un contenido reprimido que nos transmiten. Todo eso no dicho y no conocido se filtra en la vida de una forma imprecisa pero contundente. Los secretos familiares, cuando son muy graves o revisten de gran cantidad de culpa, enferman. También, se transmiten, implícitamente, a las siguientes generaciones, que no heredan el conocimiento de lo que sucedió, sino sus efectos en la psiquis.

Cada uno de nosotros es hijo de una historia y de una postura frente a la vida. Cuando nacemos, somos un nuevo capítulo en esa historia y en esa perspectiva. No comenzamos la vida de la nada, sino que nos preceden un conjunto de hechos que definen buena parte de lo que somos. De ahí que resulta muy importante conocer esa memoria transgeneracional para comprendernos mejor y para descubrir una parte importante de lo que somos. Toda esa información es fundamental para nuestro desarrollo y bienestar. Conocer y entender nuestra ascendencia es una vía para interpretar nuestros sentimientos, emociones y actitudes. Si no conocemos los pormenores de nuestros ancestros, ellos seguirán condicionando nuestras experiencias. Dentro de cada uno de nosotros habita el eco de quienes nos precedieron. Muchos condicionamientos inconscientes provienen de los secretos familiares o de la información que desconocemos. Para muchas personas, ahí está la clave de algún malestar emocional y también el camino para superarlo.

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