El síndrome del pensamiento acelerado tiene que ver con la velocidad y el rechazo a la profundidad. Nos vuelve torpes,  paranoicos con la belleza física y con el consumo. Se trata de una forma de ansiedad, causada por el exceso de estímulos a los que nos vemos expuestos de manera diaria. No posee precedentes en la historia y sus características preocupantes. Muchos psiquiatras lo denominan “el mal del siglo XXI”, por la enorme cantidad de personas que lo padecen. La capacidad de contemplar nos ayuda a combatirlo.

El síndrome del pensamiento acelerado no está presente en el DSM V (manual oficial de los trastornos mentales en la psiquiatría) y, tampoco figura en las publicaciones científicas. Independientemente de si es un trastorno formal o no, el concepto del síndrome del pensamiento acelerado es muy interesante. Basta adentrarnos un poco en él para comprobar que se ajusta a la situación de muchas personas que conocemos, e incluso a nosotros mismos.

La hiperestimulación a la que muchos nos vemos sumergidos en nuestras vidas, lleva a incrementar la velocidad del pensamiento hasta niveles muy altos. Esto no significa que nos volvamos más rápidos mentalmente, sino más ansiosos por pasar de un estímulo al otro a la mayor velocidad posible. También, nos predispone a construir más pensamientos inútiles y estériles por minuto. ESte sindrome se encuentra muy relacionado con la intoxicación digital. El efecto más inmediato de este frenesí es una seria afectación a la memoria. Nos volvemos incapaces de almacenar información. Y si no hay memoria, también quedan comprometidas otras funciones intelectuales y emocionales.

En la base del síndrome del pensamiento acelerado lo que hay es un exceso de información. Ese exceso tiene que ver con información sensorial, información emocional e información intelectual. Estamos recibiendo por minuto más estímulos de los que somos capaces de procesar. Es, literalmente, un bombardeo constante. Esto nos lleva a establecer un foco y, en consecuencia, a hacer trizas nuestra concentración. Pasamos de un asunto a otro con una velocidad tremenda, que ya no disminuimos. En esas condiciones, nuestra inteligencia deja de operar. No hay inteligencia que funcione sin concentración. Esto nos hace más vulnerables a los trastornos emocionales y nos lleva a disminuir la tolerancia al estrés. La situación termina generando una repetición de errores, infantilización de las emociones, fatiga excesiva, aburrimiento atroz y dificultad enorme para aguantar la soledad creativa.

Esta forma de ansiedad comparte varios rasgos con otras modalidades de la misma. Sin embargo, la mayoría de los trastornos de ansiedad son consecuencia de dificultades en el desarrollo de la personalidad, traumas no resueltos, momentos de crisis o pérdidas importantes. En cambio, en el síndrome del pensamiento acelerado no hay ningún antecedente de este tipo. En este caso lo que hay es un estilo de vida inadecuado, que conduce a la agitación y el estrés continuo. Quizás es el propio exceso de información el que crea una circunstancia traumática.

Los primeros síntomas de esta condición suelen ser físicos. Las dificultades para dormir, despertar con sensación de gran cansancio y tener frecuentes dolores musculares o problemas digestivos se consideran señales de la presencia del síndrome. Los síntomas psíquicos incluyen, en primer lugar, la tendencia a sufrir por algo antes de que esto tenga lugar, si es que acaso ocurre. Como en toda forma de ansiedad, hay sensación de riesgo o presentimiento de daños o males por venir. Hay irritabilidad y baja tolerancia a la frustración. Un rasgo muy distintivo es que la lentitud en cualquier persona o cosa genera un fuerte malestar. El déficit de memoria y la falta de concentración también son muy típicos del síndrome del pensamiento acelerado. Está presente en personas de todas las edades y de cualquier nacionalidad o condición social. Vuelve a las personas torpes y conflictivas. Se combate con reflexión y con amor.

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