Muchas veces oímos a la gente comentar sobre otros: “tiene mucha personalidad”, o “le falta personalidad”. Pero, ¿sabemos qué es realmente la personalidad? Primero de todo deberemos diferenciar entre el hecho de tener mucho carácter y lo que realmente es la personalidad. Cuando usamos estas frases nos estamos refiriendo (o imaginando) a personas con un carácter fuerte o con las ideas muy claras; es decir, utilizamos la personalidad como sinónimo de carácter. Incluso, si matizáramos más aún, veríamos que el carácter es un constructo más biológico o innato; sería como la manera en la que una persona reacciona habitualmente frente a una situación.

Por contra, cuando hablamos de alguien “sin personalidad”, pensamos en personas con las ideas poco claras, con falta de iniciativa, influenciables o incluso dependientes. Es decir, atribuimos no tener personalidad a la falta de ciertas características que no siempre tiene que tener una persona para que sigamos considerando que tiene una personalidad u otra. Todo esto forma parte del lenguaje común o de las expresiones verbales; no podemos considerarlo erróneo propiamente dicho, pero sí que es cierto que no coincide con el concepto de personalidad que aquí estamos describiendo.

La personalidad es un constructo hipotético que inferimos de la conducta de las personas. Comprende una serie de rasgos característicos del individuo, además de incluir su forma de pensar, ser o sentir. La psicología de la personalidad se ocupa de estudiarla. La personalidad engloba una serie de características comunes incluidas en sus diferentes definiciones. Se trata de un constructo hipotético inferido de la observación de la conducta. Dicho constructo no implica connotaciones de valor, sino que más bien recoge una serie de elementos relativamente estables y consistentes en el tiempo, llamados rasgos. Además, incluye otros elementos como cogniciones, motivaciones y estados afectivos. La personalidad abarca tanto la conducta manifiesta como la experiencia privada de la persona (sus pensamientos, deseos, necesidades, recuerdos…). Se trata de algo distintivo y propio de cada persona, pues, aunque existan algunos “tipos de personalidad”, lo cierto es que cada persona es única, como también lo es su personalidad. Por otro lado, refleja la influencia en la conducta de elementos psicológicos y biológicos de las experiencias. La finalidad de la personalidad es la adaptación exitosa del individuo al entorno.

La psicología de la personalidad es una disciplina que se encarga de estudiar el efecto de las diferencias individuales en personalidad sobre la conducta.

Está formada por tres tipos de modelos teóricos:

1. Modelos internalistas: establecen que la conducta está determinada básicamente por variables personales, que constituyen un predictor válido de dicha conducta.

2. Modelos situacionistas: consideran que las causas de la conducta son externas al individuo (paradigma mecanicista). Ponen el énfasis en la conducta, que es importante en sí misma y que es producto del aprendizaje.

3. Modelos interaccionistas: determinan que la conducta es el resultado de la interacción entre variables situacionales y personales. Estos modelos superan el reduccionismo de los anteriores, se trata de una “mezcla” de los dos.

La personalidad permite construir una identidad propia y adaptarse al mundo y al entorno. Caracteriza a las personas y las hace únicas. Incluye rasgos tanto positivos como negativos (o más bien, considerados socialmente así), como por ejemplo la empatía, la solidaridad, la ira, el optimismo, el pesimismo, la alegría, el malhumor, la sinceridad, la honestidad, el rencor, etc. También, podemos hablar de “rasgos” de personalidad; los conjunto de rasgos comunes constituyen los diferentes tipos de personalidad. Así, podemos hablar de personas con tendencias depresivas, personas dependientes, y hasta un sinfín más.

Es decir, la personalidad está formada por los rasgos que definen a la persona. Ésta es bastante estable en el tiempo, así como transituacionalmente (en diferentes situaciones), si bien es cierto que con matices, ya que hay situaciones más extremas que otras, y que pueden llevar a la persona a comportarse de maneras nunca pensadas o nunca antes vividas.

Cuando los rasgos de la persona son extremos, disfuncionales, normativamente desviados o desadaptativos, se considera que la persona tiene un trastorno de la personalidad (siempre deberán consultarse los criterios diagnósticos de los manuales de referencia). Estos rasgos deberán ser estables en el tiempo, así como predominantes; además, suelen generar malestar en la persona.

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