“Adaptación o muerte”. Muchos hemos crecido con este mantra, con la idea de que ante los desafíos del entorno, uno tiene que reaccionar a la fuerza y esa reacción, ese movimiento, casi siempre es doloroso. Así, y en caso de no hacerlo, nos quedamos atrás, relegados, abocados casi a la involución. Adaptarse implica movimiento, es cambio y, sobre todo, flexibilidad. El arte de adaptarnos a los cambios no tiene por qué ser traumático; es más, los beneficios que obtenemos de ese proceso pueden ser extraordinarios.

Nada es tan decisivo ahora mismo como adaptarnos a los cambios que estamos viviendo, a la incertidumbre, a la variabilidad… Estamos casi obligados a afrontar estas realidades, mientras la falta de certezas hace que veamos dichas dimensiones con inquietud. El hecho de que lo sintamos así no es casual. Al cerebro no le agradan los cambios, porque toda variación en el entorno se percibe como una amenaza. Sin embargo, hay un hecho indiscutible: la vida es cambio. Saber adaptarnos a ese flujo constante es clave de salud y bienestar. Esto explica por qué en los últimos años el campo de la psicología se ha centrado con especial interés a esta área: la de la adaptación humana.

“Solo sobreviven los que se adaptan mejor al cambio” dijo Charles Darwin. De algún modo, hemos interiorizado durante mucho tiempo esta clásica idea. Aunque en realidad, a día de hoy, el problema de sobrevivir o no apenas tiene trascendencia. Son muchas las personas que “siguen vivas” a pesar de ser inflexibles, son muchos los que siguen respirando a pesar de adoptar una perspectiva psicológica rígida e inflexible.

En la actualidad, nadie muere por no adaptarse a las demandas que le envuelven, pero sí sufrimos y tenemos un mayor riesgo de padecer trastornos depresivos y de ansiedad. Porque la inadaptación trae sufrimiento, porque quien se niega a cambiar se frustra y se enoja porque la realidad no responde a sus deseos.

Esta dimensión no se aplica únicamente al ser humano. Las empresas y el tejido social saben y entienden que para progresar es necesario invertir en tres dimensiones:

  • capacidad de aprendizaje (learnability)
  • capacidad de adaptación (liquidity)
  • movilidad (mobility).

La Asociación Americana de Psicología (APA) define este concepto de manera muy sencilla: es la capacidad de dar respuestas apropiadas a situaciones cambiantes. Esto requiere, por encima de todo, ser capaces de variar nuestros comportamientos, pensamientos y emociones.

Es importante ante todo considerar un aspecto. Si le preguntamos a alguien qué es la adaptabilidad puede respondernos que es la habilidad de variar nuestro comportamiento para sobrevivir. Esta definición no está completa. Sabemos que adaptarse requiere hacer un cambio, pero esa variación no parte solo del comportamiento, requiere crear nuevos enfoques de pensamiento y reactivar ciertas emociones. Sin un estado de ánimo adecuado no germinarán nuevas ideas y sin pensamientos innovadores, seguros y valientes, no aparecerán las conductas adecuadas.

Podemos decirnos aquello de que nada puede ser mejor que “el borrón y cuenta nueva”. Hay quien asume incluso, que el adaptarse o morir pasa obligatoriamente por dejar a un lado todo lo que somos, para dar forma a una nueva versión. Ahora bien, es necesario desactivar muchas de esas ideas populares que a la larga, tienen poco de lógico y de psicológico. No hay que partir de cero, hay que partir desde la propia experiencia. No podemos quitarnos una piel para meternos en otra ya que esto iría en contra de nuestras esencias, aprendizajes, valores e identidades.

Si nos preguntamos qué es la adaptación una de las respuestas es detectar esas habilidades que sí nos han funcionado hasta ahora en la vida, dejar a un lado las que no sirven y aprender otras nuevas. Exige un adecuado ejercicio de introspección. Puede que una de tus virtudes sea la confianza en vos mismo. Esto debe ser conservado. Sin embargo, puede que te falte la trascendencia, pensar de manera más creativa, saber intuir oportunidades en medio de la tormenta. Todo ello son enfoques nuevos que vale la pena desarrollar pero manteniendo eso sí, las esencias.

Ser capaces de aceptar lo incierto, de procesarlo sin ansiedad, sin miedo o resistencia, facilita no solo una mejor adaptación. Es la clave para ver oportunidades en medio de la dificultad. La capacidad de adaptación no duele, porque quien se adapta no pierde ni abandona. Lo que hace, es ejercitar esa flexibilidad emocional, cognitiva y emocional que se ajusta a la nueva realidad con mejores recursos, equilibrio e intuición. Lo que duele es la inflexibilidad, la mente rígida que se opone a los cambios y se pelea con ellos de manera infructuosa.

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