Puede que a muchos este tipo de enfoque le sea aún desconocido. Aún más, a simple vista parece tomar una serie de principios mucho más filosóficos que científicos. Sin embargo, para comprender su trascendencia debemos ponernos en contexto. El concepto de compasión va mucho más allá del ámbito filosófico o religioso. En ocasiones, no llegamos a atisbar la auténtica trascendencia contenida en muchas de nuestras palabras más cotidianas. Así, el término compasión representa por encima de todo una cualidad vital donde poder ayudarnos a nosotros mismos, y donde poder construir una realidad social más respetuosa, más humana.

La terapia centrada en la compasión forma parte de esa rama que conocemos a día de hoy como “terapias de tercera generación”. La finalidad de las mismas es realmente útil y supone un avance estimable: en lugar de centrarnos de forma exclusiva en la sintomatología de las enfermedades o trastornos, el campo de atención va un poco más allá para atender esos otros aspectos más profundos que también definen al ser humano. Así, áreas como el mundo emocional, los sentimientos o cualquier otro tipo de circunstancia personal o existencial que rodee al paciente cobra ahora, con este tipo de terapias, un valor esencial.

Los ejercicios basados en la terapia centrada en la compasión pueden enriquecer cualquier ámbito de relación del ser humano. Una de sus finalidades es propiciar primero un adecuado bienestar interior, para que de este modo dicho equilibrio actúe como impulso vital, como una fabulosa onda expansiva donde poder aliviar sufrimientos, brindar apoyo y crear conciencia. El conjunto de sus principios fundamentan un hecho muy concreto: recordarnos el valor de la compasión humana y su poder, una capacidad de crecimiento personal y una herramienta con la cual mejorar nuestras relaciones.

Para dar forma a este enfoque tan valioso, el psicólogo Paul Gilbert propuso una amplia diversidad de técnicas. Ese interesante abanico abarca desde estrategias puramente conductuales, pasando por las cognitivas, las narrativas, la terapia gestalt o el mindfulness. Cabe decir que es un tipo de terapia tan interesante como útil, y por ello vale la pena aprender alguno de estos ejercicios basados en la terapia centrada en la compasión.

1. Crear un lugar seguro: este tipo de terapia nos enseña que es necesario tomarnos a nosotros mismos como punto de partida para poder trabajar la compasión. Nadie podrá sentir compasión por los demás si primero no la desarrolla en sí mismo. Por lo  tanto, no solo es necesario aprender a querernos, sino que debemos “querernos bien”. Algo así implica dar forma a diferentes valías psicológicas, como desarrollar adecuadas fortalezas, intuir necesidades y miedos, hasta aliviar sufrimientos personales y calmar pensamientos intrusivos, etc. Para lograrlo, podemos empezar con una técnica de visualización donde crear un lugar seguro. Debemos dar forma a un espacio mental donde poder refugiarnos para hallar calma, ahí donde lograr atendernos y tomar decisiones con mayor libertad. Podemos imaginar una casa hecha de cristales. Nos rodea un mal en calma y una luz serena que todo lo inunda. La armonía reverbera en cada rincón y todo es paz. El interior de esa casa de cristal es un lugar acogedor donde nos sentimos seguros. En este espacio, en este refugio mental, es donde debemos acudir durante media hora al día o cuando así lo necesitemos. Aquí podremos hablar con nosotros mismos con afecto y sinceridad dejando el ruido y los miedos en el exterior.

2. Trabajar mi yo compasivo: el desarrollo de un yo compasivo es uno de los ejercicios de la terapia centrada en la compasión más importante. Tal tarea, requiere trabajar una serie de aspectos clave. En primer lugar, debemos ser conscientes de nuestras propias emociones, necesidades y sufrimientos. La amabilidad no solo se practica con los demás, de hecho, es vital que la practiquemos también con nosotros mismos. Ello implica, por ejemplo, desarrollar un diálogo interno positivo y no tener miedo de reconocer nuestras heridas internas, nuestros defectos o necesidades más profundas. Asimismo, es necesario entender que cierto grado de sufrimiento, en determinados momentos entra dentro de lo normal, y por tanto, no hay por qué negarlo, esconderlo y aún menos descuidarlo, al no prestarle atención. El yo compasivo tiene que enfrentarse muy a menudo a mi “yo ansioso”, al “yo obsesivo” o al “yo negativo”. Esta es sin duda una labor minuciosa donde hacer frente a ese enemigo interior que construye resistencias, que alza muros y que construye afinados recursos psicológicos que impiden el poder sanarnos, el poder curar esas heridas del ayer o del presente.

3. Dinamizar el flujo de la compasión: ¿Qué significa esto? Básicamente, hacer llegar a los demás esa compasión que hemos aprendido a practicar con nosotros mismos. Este ejercicio se lleva a cabo de muy diversas formas, pero la más importante es que partamos del deseo, de la voluntad sincera de conferir el bienestar ajeno, de abrazar al otro a través de la bondad y el reconocimiento, de pensar en nuestros semejantes de forma positiva e incluso por qué no, esperanzadora. Este flujo puede crearse mediante tres verbalizaciones muy simples: Yo deseo que estés bien, Yo quiero que vos seas feliz, Yo deseo que estés libre de sufrimiento.

Este tipo de terapia no es ni mucho menos un conjunto de iniciativas basadas solo en la buena voluntad. De hecho, parte de una realidad científica innegable: la compasión cura, la compasión genera cambios en nosotros mismos y en los demás. Es un aliento vital capaz de apagar miedos y ansiedades, de mejorar todo proceso terapéutico, de quitar pesos en el tratamiento de cualquier enfermedad.

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