Existen varios dichos populares que abordan, desde diferentes perspectivas, la cuestión de si una desgracia es más llevadera cuando es compartida. Por un lado «mal de muchos, consuelo de tontos» hace referencia a la insensatez de creer que si una desgracia afecta a más personas (y no solo a mí) me sentiré aliviado. En realidad, tus problemas no se resolverán por el hecho de que otros se encuentren en tu misma situación. Sin embargo, otros refranes como «desgracia compartida, menos sentida» abogan por el elemento reconfortante de saber que no somos los únicos atravesando una situación difícil. ¿Puede esto tener algo de realidad? La respuesta es sí. Son muchas las situaciones cotidianas en que encontramos este fenómeno.

Cuando un estudiante desaprueba un examen, el impacto negativo se amortigua al conocer que la mayoría de sus compañeros han corrido la misma suerte. Igualmente, los grupos de apoyo para personas con algún trastorno psicológico constituyen una enorme ayuda por el simple hecho de conectar con personas que pasan por lo mismo. Pero, ¿cuál es la base de todo esto? ¿Acaso nos alegramos de la desgracia ajena? ¿Somos intrínsecamente malos? En absoluto. Existen diversos motivos que explican la existencia de este proceso.

Las investigaciones en psicología social llevan muchos años dando cuenta de la presión que ejerce el grupo social sobre los individuos. Gran parte de nuestra identidad se forja en la relación con los otros y, por ende, su influencia en nuestra autoimagen es elevada. Todos los seres humanos tendemos a compararnos con el resto a fin de medir nuestra valía y adecuación. El resultado de esta comparación tendrá un impacto en nuestro autoconcepto. Por ello, cuando nos sucede una desgracia, la balanza comparativa se inclina en nuestra contra. Nos sentimos diferentes e inferiores y comenzamos a inundarnos de emociones negativas. Encontrar a otras personas en la misma situación permite que la comparación nos sea más favorable. Esto, de algún modo, protege nuestra autoestima: ya no somos los únicos que «han fallado».

La clave del alivio que proporciona saber que una situación difícil no nos atañe únicamente a nosotros, radica en que nos recuerda nuestra humanidad compartida. Cuando un hecho negativo e inesperado nos sobreviene, el choque emocional puede ser elevado. Si reprobamos una prueba importante, si nuestra pareja nos hace daño, si un amigo nos traiciona, si padecemos un trastorno de pánico…. Todas estas situaciones nos colocan inicialmente en una posición de desventaja. Sentimos que hemos fracasado personalmente, que no somos adecuados, que algo ocurre con nosotros.

Tomar conciencia de que no somos los únicos amplía nuestra perspectiva. Nos recuerda que todos somos humanos, que todos experimentamos acontecimientos positivos y negativos. Que, finalmente, el dolor forma parte de la experiencia tanto como el placer. El éxito y el fracaso, ambos son contingentes a la aventura de la vida. Nos ayuda a aquietar la mente, a silenciar el diálogo interno que nos acusa y a normalizar nuestras emociones como un proceso pasajero y asumible. Adicionalmente, ver cómo otras personas afrontan circunstancias similares nos puede motivar a poner en marcha nuestros propios recursos. Además, de ellos podemos tomar ideas para hacerlo mejor.

A pesar de encontrar alivio en compartir circunstancias con otros, es importante no perder de vista que la clave siempre será tomar acción. Si reprobamos un examen deberemos estudiar más o de mejor manera para el siguiente. Que muchos otros compañeros hayan obtenido también malas calificaciones no mejorará tu expediente. Igualmente, si una relación de pareja ha terminado, tendremos que poner en marcha recursos de afrontamiento y salir adelante. No es recomendable unirse a quienes pasan por lo mismo para regocijarse en el sufrimiento, sino para motivarnos a salir adelante. Que encontrar personas en la misma situación no te lleve a acomodarnos en el victimismo, el rencor o la rabia. Siempre serán nuestras acciones las únicas que lograrán sacarnos de donde estamos y conducirnos hacia donde quieremos dirigirnos. Por eso, si vamos a fijarnos en otros que sea para inspirarnos a continuar. Que sea para observar cómo aceptan el error como parte de la vida y sacan de él un aprendizaje.

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