El verbo “decepcionar” nos suena mal, ya que normalmente conlleva una connotación negativa. Cuando alguien nos dice que lo hemos decepcionado, empezamos a cuestionarnos a nosotros mismos: «¿Qué he hecho mal?«, «¿Soy mala persona?«. Lo tomamos como una verdad absoluta.Y ahí es donde aparece una emoción que genera mucho malestar: la culpa.

Vivimos en una sociedad que nos transmite a menudo la idea irracional de que debemos quedar siempre bien con los demás. Nos aterra decepcionar. Sin embargo, nos hacemos mucho daño con este pensamiento porque consigue que nuestro foco principal sean las necesidades de los demás, quedando en último lugar las nuestras y eso afecta directamente a nuestra autoestima. Intentar cumplir las expectativas de todo el mundo para no decepcionarles significa que nos estamos dejando de lado, que no nos escuchamos y que no nos hacemos caso. Quiere decir que intentamos complacer al exterior, en lugar de a nuestro interior. Además, esta situación genera un gran desgaste de energía, ya que es prácticamente imposible que todo el mundo esté de acuerdo con nosotros, por lo que la frustración está asegurada.

Detrás de esta frustración continua de no llegar al objetivo de gustar a todos, se va generando un vacío emocional en nosotros y, poco a poco, nos dejamos de querer y nos abandonamos. Esto no podemos permitirlo. Querernos es cumplir nuestras expectativas y necesidades, independientemente de si coinciden con las de los demás. Es cuestión de prioridades y la prioridad somos nosotros mismos. La creación de un pensamiento mucho más sano afectará positivamente a nuestra seguridad personal. Por ejemplo, otra creencia que puede ayudarnos es : “no debemos decepcionarnos a nosotros mismos”.

Si pensamos , sentimos y actuamos en coherencia, sin que nos influya el posible cuestionamiento de los demás, seremos más felices porque estaremos haciendo lo que realmente necesitamos, además de ser sinceros con nosotros mismos. Si, en cambio, pensamos y sentimos de una forma y actuamos en base a lo que otra persona nos pide por no decepcionarla, nos estamos contradiciendo.

Si funcionamos con esta tónica general, acabamos por no gestionar nuestra propia vida, permitiendo que los demás tomen las decisiones por nosotros.Un aspecto importante que no podemos olvidar es que lo que piensen los demás no lo podemos controlar, al igual que sus expectativas, ya que estas dependen de la historia de cada uno. Por lo tanto, es muy fácil decepcionar, ya que hemos vivido experiencias diferentes y tenemos una forma de ver el mundo distinta. No es justo que cedamos a las peticiones de los demás y dejemos de lado las nuestras por un posible miedo al rechazo. Lo verdaderamente importante es que no decepcionarse a uno mismo. Así, decepcionar a los demás habla bien de uno y de la propia autoestima porque estamos apostando por nuestros deseos y necesidades.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *