«La mente no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender». -Plutarco-

El ser humano tiene el poder para reinventarse cada día, la capacidad de construir y conducir el cerebro a través la experiencia personal. Si cada mañana nos planteáramos cuál es la mejor idea que podemos tener de nosotros mismos, tendríamos otro tipo de mundo. En la actualidad, sabemos que la confianza en uno mismo, el entusiasmo y la ilusión tienen la capacidad de favorecer las funciones superiores del cerebro.

Según diversos estudios científicos, el cerebro es excepcionalmente plástico. Esto quiere decir que tiene la capacidad de cambiar en función de la experiencia, dependiendo de cómo y cuánto se use. Además, esta cualidad no la perdemos, de ahí que podamos seguir aprendiendo toda la vida y, con cada aprendizaje, nuestra mente cambia. Por lo tanto, a través de la experiencia vamos moldeando nuestro cerebro.

Así, el cerebro coordina un complejo conjunto de acciones que involucran la función motora, el procesamiento visual y auditivo, los conocimientos lingüísticos verbales y mucho más. De esta forma, cuando aprendemos algo nuevo y sobre todo, al principio, la nueva habilidad puede experimentarse como rígida, pero a medida que la practicamos, vamos dominándola mejor. Esta capacidad nos asegura en la práctica clínica la posibilidad de modificar tanto estados de ánimos ansiosos como depresivos, en otros procesos.

Las últimas investigaciones científicas de vanguardia está mostrando que la genética tiene la misma plasticidad que el cerebro.Los genes son como interruptores, y dependiendo del estado químico de nuestro cuerpo, algunos están encendidos y otros apagados. Este fenómeno se conoce como epigenética. En este sentido, se ha realizado un estudio muy interesante con enfermos de diabetes tipo 2. Se ha demostrado que las personas con este tipo de diabetes sometidas a programas de comedia normalizaban sus niveles de azúcar en sangre sin necesidad de insulina. La explicación es que algunos genes fueron activados solo por el hecho de reírse. Este descubrimiento nos abre las puertas a nuevas intervenciones e hipótesis.

Cada vez que pensamos fabricamos sustancias químicas, las cuales actúan a modo de señal para permitir sentir cómo estamos pensando. Estas sustancias nos permiten cambiar nuestro estado de ánimo de forma automática. Así, si tenemos pensamientos negativos e infelices, al cabo de unos segundos nos sentiremos así. El problema de todo esto es que nuestros pensamientos y emociones se retroalimentan y, en cuanto empezamos a sentirnos según como pensamos, también comenzaremos a pensar de la forma en que sentimos. Por lo tanto, si tenemos un pensamiento de tristeza y comenzamos a sentirnos tristes podemos acabar cayendo en estados muy desagradables. Así, poco a poco vamos memorizando ese estado como nuestra personalidad y llegamos a pensar e incluso a identificarnos con una persona infeliz, negativa o llena de culpa. No obstante, lo único que hemos hecho ha sido memorizar la cantidad de sustancias químicas que se han producido en nuestro interior y definirnos en base a ella.

Además, hay que tener en cuenta que nuestro organismo se acostumbra al nivel de sustancias químicas que circulan por nuestro torrente sanguíneo, que rodean nuestras células o que inundan nuestro cerebro. Cualquier perturbación en la composición química constante, regular y confortable de nuestro cuerpo dará como resultado un estado de malestar.  Haremos prácticamente todo lo que esté en nuestra mano, tanto consciente como inconscientemente y a partir de lo que sentimos, para restaurar el equilibrio químico al que estábamos acostumbrados. Pero es en este momento cuando el cuerpo manda sobre la mente. Sin embargo, la buena noticia es que no hay ninguno de estos elementos que sea inamovible. Con un poco de esfuerzo, conocimiento y práctica es posible modificar nuestros estados de ánimo y la forma de sentirnos.

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