Algunos no se proponen el objetivo de desarrollar la paciencia porque piensan que esta es una virtud muy pasiva y que, de una u otra manera, es señal de debilidad. Se equivocan. La paciencia exige gran fortaleza emocional y mental, y suele dar sabrosos frutos a quien la practica.

La palabra paciencia viene del latín patiens, que significa ‘padecer’. Esto quiere decir que ser paciente implica, de un modo u otro, un sufrimiento. Es el sufrimiento de la espera. Si hay paciencia, la espera no desespera. Ser paciente es el arte de aguardar, activamente, con esperanza. Se debe tener una gran templanza interior para esto. Esperar, con la confianza de que algo sucederá o se producirá finalmente, es un ejercicio intelectual y emocional complejo. Para hacerlo posible, necesitamos convicción, claridad y, cómo no, tolerancia a la frustración. En principio, todos preferimos el camino fácil y rápido. Sin embargo, si lo siguiéramos sin desvíos, únicamente lograríamos construir logros pasajeros.

La impaciencia nos ha llevado a ser personas fundamentalmente ansiosas. Nos cuesta darle tiempo al tiempo y concretar procesos de mediano y largo plazo. Perdemos mucho tiempo en actividades inmediatistas, todo porque nos dan gratificaciones rápidas. Por lo mismo, desarrollar la paciencia se está convirtiendo en un objetivo capital. Todos tenemos una especie de reloj subjetivo que desde hace algunas décadas funciona más rápido.

Son muchas las personas que desean ver resultados rápidos en todo lo que hacen; de lo contrario, sienten que están perdiendo el tiempo. A la larga, esto conduce a una vida poco significativa, en la que hay desazón continua e inconformidad. La forma de vida que predomina en la actualidad hace de la rapidez y del facilismo un sello de marca. Poco a poco nos hemos ido acostumbrando a desear que todo se produzca en el menor tiempo posible y que no implique dificultades. Esto nos ha llevado a una infantilización de nuestras emociones, caracterizada por la baja tolerancia a la frustración.

La mayoría de las cosas que valen la pena requieren de tiempo. El desarrollo y el éxito profesional no se consiguen de la noche a la mañana. Una pareja no encaja en unos pocos meses. Los grandes conflictos no se resuelven en un par de días. En este sentido, es importante desarrollar la paciencia para entender que lo esencial no está en el desenlace, sino en la trama.

Desarrollar la paciencia es un camino largo y relativamente difícil. Los seres humanos no nacemos siendo pacientes, sino todo lo contrario. Un bebé reacciona de inmediato a la falta de comida o a cualquier incomodidad. Llora y quiere que su necesidad sea atendida cuanto antes. Su cerebro en formación no le permite tener una noción de la espera esperanzada. Parte de la crianza y del crecimiento individual consiste precisamente en aprender a aplazar la satisfacción de nuestras necesidades. Más adelante, el aplazamiento de resultados. En la crianza tradicional se hacía mucho hincapié en esto, pero las cosas han cambiado. Actualmente, ha surgido la idea de que vivir sin necesidad o carencia es lo ideal.

Algunos niños y adultos se han tornado obsesivamente caprichosos. Primero son los padres los que están ahí para evitar la carencia en sus hijos, aplicando un criterio equivocado. Después, la misma soledad ha ido consolidando la idea de que “vivir bien” es manejar el mundo con un click o con un control remoto. Así, no esperar se ha vuelto lo esperable. Nos evitaríamos muchos fármacos para la ansiedad si aprendiéramos a desarrollar la paciencia. Se nos ha instalado en el corazón un sentimiento de urgencia que a veces resulta difícil de tramitar. No soportamos estar en condición de necesidad o carencia. Queremos resolverlo todo rápidamente para erradicar el sentimiento de insatisfacción. Si actuamos así, generalmente logramos exactamente lo contrario.

Para desarrollar la paciencia, lo primero es observarnos y definir si somos o no impacientes. Así mismo, identificar cuáles son esas necesidades, carencias u objetivos que nos sumen en el desasosiego. Qué factores activan la sensación de urgencia que nos comprime. También, preguntarnos por los beneficios de una espera activa para lograr lo que deseamos. Es imposible desarrollar la paciencia si vemos el futuro desde una perspectiva negativa o catastrófica. Para ser pacientes necesitamos confiar en lo que somos capaces de hacer. También, tener confianza en la eficacia de la espera. Estas capacidades mejoran cuando se entrenan de manera constante: son la primera barrera a vencer para conseguir cierta estabilidad en medio de continuos cambios.

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