Las emociones son tan nuestras como cada parte de nuestro cuerpo, nos preexisten y están en cada uno de nosotros en cada momento de nuestra vida. Las experimentamos y debemos, de algún modo, manejarnos con ellas: controlar los ataques de cólera, superar una angustia arraigada o satisfacer una pasión.

Los neuropsicologos intentan mediante el estudio de genes, neurotransmisores y redes neuronales, de comprender e influir de modo experimental en el comportamiento humano. Sin embargo, existen varias razones por las cuales mediante el estudio de laboratorio no pueden explicar evocativamente todo el universo de cosas que suceden con los sentimientos.

Las emociones parten de un proceso perceptivo, (cada uno toma del mundo lo que puede), luego se desarrollan como un proceso biológico, al final se concretan en un asunto personal complejo. Podemos encontrar aspectos externos y visibles, y la experiencia interna: los primeros abarcan las reacciones conductuales, faciales y hormonales (nos sudan las manos); la segunda constituye el sentimiento, lo que sentimos, y solo nosotros lo podemos percibir. Y lo más importante que no podemos percibir lo que siente otra persona, solo podemos únicamente observar los efectos externos, lo que exterioriza, ¿Gran complejidad no?

Podemos determinar la actividad cerebral asociada con la tristeza o la alegría, pero no comprender el significado de los sentimientos en la vida de cada individuo. Por otro lado, las emociones se hallan teñidas de valores culturales. Los juicios de valor, lo que nos atrae como sociedad, no es lo mismo para nosotros la noción de la amistad que para otras culturas. Así también como la femineidad o las políticas económicas.

Si bien los neurocientíficos se esmeran en explicar las emociones, solo el individuo las puede experimentar en su interior. Una emoción que los psicólogos estudiamos con la llegada de cada paciente y en cada sesión, es la angustia. Que a diferencia del miedo, el mismo es una emoción relacionada siempre con un elemento específico (como arañas o las multitudes, por ejemplo), la angustia surge frente a un factor indeterminado. Pero siempre se necesita de un agente desencadenante, que normalmente seria inofensivo. Y aquí se encuentra nuestro punto de determinación, el nexo entre el desencadenante y la reacción de angustia. La neuropsicología intenta determinar la forma en que los organismos aprenden a comportarse de maneras determinadas ante un peligro.

Cuando nos enfrentamos a a angustia, empezamos a sentir palpitaciones y sudor; el cortisol (hormona del estrés) empieza a correr por su torrente sanguíneo. Los investigadores han podido rastrear este patrón de reacción hasta los grupos de neuronas que controlan el equilibrio emocional humano, entre ellos, la amígdala. Esta área cerebral almendrada y que se aloja en la base del cerebro forma parte del sistema límbico. Activa el tronco encefálico, el cual produce respuestas de angustia. Aunque en el laboratorio pueden investigarse componentes universales de dicha emoción, su vivencia continúa siendo un enigma. La ciencia proporciona, por así decirlo, un andamiaje a partir de hechos objetivos reproducibles, pero la experiencia inmediata tiene mucho más que ver con las vivencias del edificio cubierto por esos andamios.

Ahora bien, siguiendo ¿Qué implica el sentir? podemos también encontrarnos con un sentimiento tan misterioso como el amor romántico. Podemos discriminarlo (en el buen sentido de la palabra, con otro tipo de amor), no es el amor a los hijos, a nuestros hermanos, amigos, va más allá de cada uno de ellos. El mismo incluye el entusiasmo, la angustia, la tristeza e incluso la ira.
Las neurociencias lo han definido a través del estudio de las hormonas y neurotransmisores. Explicando las diferentes fases o etapas que se suceden en todo su transcurso, desde el cortejo hasta la unión estable en pareja. Además de poder diferenciar el deseo sexual del amor platónico. Popularmente se habla de la “química entre dos personas” para referirse al amor. La concentración óptima de neurotransmisores se encarga de que en los amantes “se active un interruptor interno” (versión moderna de la clásica flecha de Cupido.)

“El amor a primera vista” es el que penetra por los ojos hasta el tálamo, al lóbulo occipital y se redirige al área donde el mensaje visual llega al centro del reconocimiento facial y, luego, al sistema límbico, cuya excitación provoca la descarga de endorfinas que causa placer. También, se encuentra implicado un neurotransmisor llamado dopamina, el mismo nos incita a querer más dosis de amor.

Los investigadores intentan penetrar en la cara adictiva de este sentimiento a través de las imágenes por resonancia magnética funcional (IRMF) del cerebro de los recién enamorados. La actividad cerebral de estos sujetos mientras observan la fotografía de su pareja amada resulta intensa en el área tegmental ventral (región que interviene en la recompensa), de la misma manera que sucede en un fumador que enciende el siguiente cigarrillo o en un alcohólico que bebe su enésima copa.

Pero como todos sabemos, lamentablemente esta pasión romántica disminuye rápido. La euforia inicial se evapora. La persona amada e idealizada aparece, de repente, extraña: se descubren aspectos y defectos que antes habían pasado inadvertidos, se desvela esto lo ciego del amor.

¿Porque sucede? Los humanos nos caracterizamos por los cambios constantes?, la exaltación de los sentimientos iniciales engaña a la realidad de cómo es verdaderamente el otro? o, quizás porque naturalmente buscamos la novedad?  Si intentamos responder a todos estos interrogantes desde una perspectiva neuronal, entenderemos que los cambios en el equilibrio hormonal tienen mucha implicancia en todo esto.

Los neurotransmisores oxitocina y vasopresina abundan en el estadio “maduro” del amor. Influyen en la atracción, la confianza y el compromiso. La ciencia cree poder determinar, que tarde o temprano, descubrirán todo lo que hay que saber sobre la base neuronal de nuestras emociones. Sin embargo, concebir el amor solo como una activación más o menos fogosa de las neuronas seria terriblemente catastrófico, somos únicos y no una suma o resta de neurotransmisores.

Las emociones se conforman según códigos biológicos, también por el contexto cultural, moral y social. Poco importa que se privilegie uno u otro aspecto. Ninguno de los dos revela por completo el objeto en cuestión, ambos se complementan.

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